Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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Se me dirá que en cualquier época fue mejor ser rico, pero yo lo celebraría enfáticamente en estos tiempos que corren. Nada de esos otros en los que, a la manera de Onassis, vendiendo gacetas o ejerciendo de limpiabotas en las esquinas de Times Square, conseguías labrarte un futuro sólido y opulento. Y nada que ver con esos siglos bárbaros y oscuros en los que, a sangre y fuego, conquistabas territorios inexplorados. Dónde vas a comparar el esfuerzo y el sacrificio de aquellos visionarios o emperadores, con el de quienes, sentados frente a la pantalla de un ordenador, manejan a su antojo la economía del mundo. Hombres y mujeres de una juventud insultante, que ni siquiera necesitan darse a conocer. Incógnitas con trajes de mil dólares, que solo sudan en saunas de diseño.

Lejos de los avaros de folletín, de los empresarios fogosos y crueles, de los príncipes que conspiraban constantemente para buscarse un trono en la corte. Esto de ser rico en el siglo veintiuno es un chollo incomparablemente mejor. Sobre todo porque, desde un anonimato glorioso, tienes acceso a los placeres más sublimes de la tierra. Sin necesidad de traficar con esclavos, puedes sentirte como un negrero, y sin tener ni idea de arte, lucir un Modigliani en el retrete. Puedes acostarte con las mujeres (o los hombres) más hermosos y saciar tu apetito en los restaurantes más excelsos. Rapiñar sin escrúpulos, pues eres el modelo a imitar, e ignorar a los hambrientos, que solo son una cifra estadística. Ni siquiera debes preocuparte por confesar tus pecados o arrepentirte del saqueo: ningún cura airado vendrá a cantarte las cuarenta. Puedes presumir, incluso, de no saber nada de moral y de confundir a Schopenhauer con el último fichaje del Bayer de Munich.

También es cierto que, a cierta edad y si tu fortuna es colosalmente obscena, deberías hacerte filántropo… o escribir un libro sobre el arte de la superación. Es posible que en ese caso tu jeta de triunfador salga en las portadas de papel cuché. Se te verá entonces rodeado de políticos, modelos y artistas. Tal vez ese sea el peor de los riesgos. Pero mientras esos idiotas pululen por el mundo, y los economistas te aplaudan, tú nunca dejarás de ser el rey del bacalao.

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