Diario de León
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León

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Nunca el buenismo, o lo que muchos entienden como tal, ha tenido tan mala prensa en España. Personalmente, nunca estuve de acuerdo con las descalificaciones genéricas contra eso que han dado en llamar buenismo. ¿Lo es acaso conmoverse ante la tragedia de los inmigrantes del y pedir su acogida en puertos españoles, dado que, al fin y al cabo, española es la enseña del buque redentor? ¿O más bien será malismo sugerir, sin pruebas, oscuros motivos para que una ONG se dedique a recoger a los más desheredados de la fortuna y, de paso, dar a entender que el hombre que encarna este esfuerzo, Óscar Camps, tiene un pasado cuestionable? Puestas así las cosas, prefiero el buenismo, en todo caso, al malismo. Ni me constan los afanes de la ONG por hacer negocio con la tragedia de los inmigrantes ni siento por Óscar Camps, que ha dado la cara valientemente en defensa de los ciento ochenta seres desesperados que lleva a bordo, otra cosa que respeto. Y lo mismo digo del actor Richard Gere, contra quien se han revuelto voces furibundas criticándole haber convertido el caso en una cruzada propagandística. Pedro Sánchez ha dado muestras de cierta inestabilidad ante la eurocrisis surgida a cuenta del y la intransigencia inhumana de Salvini. Podría haber liderado las iniciativas europeas en favor de la solidaridad y ha tenido que refugiarse en el liderazgo franco-germano a la hora de decidirse, al fin, a recoger a una parte de los seres desdichados que se pudren en el mar en las peores condiciones. Muestra de que sí, era posible acogerlos. Menos mal que ha habido, al final, recogida de velas y una cierta rectificación. España no puede renunciar, aunque solo sea por motivos geográficos e históricos, a mostrarse como un país solidario, acogedor dentro de los límites de lo posible y del realismo. Ni podemos los españoles abdicar de nuestro deber de forzar a la UE a llegar a un gran acuerdo, por encima de populistas, miopes y fascistas, para encauzar la inevitable fuga desde África a una Europa a la que se sigue viendo, y sigue siendo, el continente privilegiado. Lo malo es que, con un Gobierno pensando tan solo en su supervivencia gracias a una investidura o a unas nuevas elecciones, toda solución a los problemas más candentes se escapa. Una provisionalidad que, como se ve, se vuelve cada día más peligrosa. Para los inmigrantes y para los españoles. Y si esto es buenismo, y no se entiende más bien como realismo, que venga Dios y lo vea.

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