Diario de León

TRIBUNA

El Sol quiso iluminar los Decreta

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León

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C uando la primavera empieza a animarnos el vivir cotidiano, vengo en recordar un nuevo capítulo de la lectura popular de los Decreta.

No pretende ser cuanto sigue la crónica de un acontecimiento, sino la puesta en valor, del empeño personal de Aparicio y de Merino, artífices de la lectura popular de los Decreta en la gran Plaza de San Isidoro, que marcó un segundo éxito. Con la fidelidad de muchos, nuevas incorporaciones, y sin faltar animosa efectividad en todos, «por convicción democrática y respeto a nuestra historia», según precisó Aparicio; en la presentación se ganó familiaridad con la esencia de los Decreta.

He eludido decir secundamos, pues, para estar en consonancia con la naturaleza de los textos leídos, es necesario subrayar que compartimos momento, recuerdo y exaltación popular, plenamente popular, de lo que en 1188 marcó un hito para el pueblo leonés. Por su contenido, el valor de los textos es incuestionable para los actuales leoneses, y lo fue, cual beneficiosa defensa en lo personal y colectiva, para nuestros antepasados.

Los habitantes del Reino de León, a pesar de ser novedad en el poder legislativo del reino, conviene recordar que no llegaban desguarnecidos, era un pueblo entrenado en los concejos. A éstos acudiría Alfonso IX, o ellos servirían para elegir a los ciudadanos: electis cívibus. Su presencia en la Curias fue germen de cortes y parlamentos.

Aquel sencillo paso, el del vasallaje hacia la personalidad representativa de los convocados a la Gran Curia de 1188, ganado con la autolimitación del Rey, personal, clara y voluntaria, hoy diríamos: su apuesta personal; aparte de las consideraciones fiscales que siempre se han citado, significó un gran paso hacia el parlamentarismo, al conseguir unos «escaños» al más alto nivel; claro está, con las lógicas limitaciones que en su tiempo suponía. Pero sin olvidar que supuso bastante más que un ensayo.

Vaya por delante, y dicho si animosidad alguna: no soy monárquico. Pero la invitación que Merino y Aparicio prometieron cursar a la Casa Real, para que el actual monarca acudiera a sancionar con su presencia el acto de la lectura de los Decreta, y cumplieron, me pareció oportuna. Es más, la situaría como perfectamente encajada dentro de la simbología de la reunión evocada, y el protagonismo de los leoneses de entonces.

En el haber del Rey Felipe VI queda la respuesta dada por correo, oportuna y supongo que leal, para una «ceremonia conmemorativa de aquella asamblea de la que surgió el más antiguo sistema parlamentario europeo, que nos enorgullece como españoles…»

Su real presencia en Leon, en la que fue capital de reino, pionera en «concilios, fueros y leyes» puede suponer un desagravio para «nosotros, leoneses, que no somos, según dicen, Comunidad histórica; nosotros, leoneses, que no somos siquiera autonomía entre las 17 Comunidades autónomas de España», atinada cita en el preludio de Aparicio.

De modo personal, pero en atención a lo escrito, he aludido a un agravio, del que daré una muestra, otra vez más. El hoy rey emérito, don Juan Carlos, dentro de su cometido real y como Jefe de Estado, firmó la Real Orden 4/1983. En el texto de ella se dice: «El pueblo castellano-leonés ha expresado su voluntad política de organizarse en Comunidad autónoma…». Un pueblo inexistente, pues como tal no había antecedente alguno, ni social ni de simple afecto, ¡nada puede refrendar! La letra política estatutaria subsiguiente es uniformadora y la experiencia vivida negativa para lo leonés. No toca aquí abundar más en ello, pero tampoco pasarlo por alto.

Los políticos castellanos, forjadores del ente autónomo, y los leoneses que colaboraron ab initio y con dolo, no tuvieron en consideración la protesta popular leonesa, el derecho constitucional a autonomia diferenciada, ni tan siquiera en tomar al alza, y sin dilación, hitos leoneses como el comentado. Pues chocaba con el intento hegemónico castellano.

El «hasta el año que viene…» final, no era otra cosa que la sencilla convocatoria a los asistentes para un tercer encuentro, en el mismo lugar y fecha, cuando abril de 2019 marque en su calendario la ocasión. Un deseo compartido para perpetuarlo en el tiempo, siempre cual un dulce compromiso con lo que somos, leoneses, porque antecesores nuestros nos ganaron derechos… y personalidad como pueblo, que nos está costando mucho trabajo mantener viva.

Los pendones izados con el rito que el momento demandaba, con su colorista presencia y lo que representan, «elevaron» la categoría del acto, juntamente con los grupos de bailes regionales y gaitas Zarzagán; todos «muestra explícita y entrañable del Reino de León».

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