Diario de León
Publicado por
Isaac Núñez García, consiliario diocesano de la Hoja de Astorga
León

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En un mundo que solemos calificar de super-científico y super-tecnificado, continúa cronificada —y, con la pandemia, agravada— la situación de hambre, de pobreza, de paro, de negación de derechos humanos como el derecho a vivienda, a trabajo, a salud, a educación, a emigración… Podríamos añadir la continuidad también cronificada de guerras, terrorismo de tinte religioso, en países casi invisibilizados para la opinión pública internacional. ¡Cómo se pudo intervenir tan rápida y drásticamente en Afganistán, Irak o Libia —con óptimos recursos petrolíferos— y no parece importar nada el considerable número de países —Nigeria, Malí, República Centroafricana, Mozambique, Somalia, Eritrea, Yemen…— que vienen soportando situaciones trágicas (diríamos infernales) de secuestros, asesinatos en masa, con un número muy elevado de desplazados o emigrantes!

Hablando de la pobreza, hay muchos fautores de la teoría del «derrame», según la cual lo procedente es dinamizar al máximo el crecimiento económico y el enriquecimiento de las empresas; ello, como efecto concomitante, revertiría en progreso y mejora económica para toda la población. Como dice el papa Francisco, tal teoría nunca ha logrado demostrarse. Al contrario, la pobreza sigue enquistada y actualmente en aumento. Ni siquiera en los países del Norte rico se ha superado, sino que se mantienen importantes sectores de población en exclusión económica y social. La tragedia del hambre continúa en la mayor parte de la población del mundo —África, América Latina, naciones de Asia—.

Pero, resulta bastante extendida la opinión de que la pobreza se debe a la incuria y falta de iniciativa y de trabajo de los mismos afectados que, por tanto, serían los responsables reales de su situación. Es la lógica del discurso frecuente de que, al fin, todo depende de uno mismo, de las aspiraciones personales y del propio esfuerzo.

Hace años se hablaba del contraste 20/80: el 20% de los habitantes del mundo poseían el 80% de los bienes de la tierra, mientras que el 80% disponía solamente del 20% de esos bienes. Una minoría de potentados económicos frente a una inmensa mayoría de empobrecidos.

Pero, esa enorme desigualdad ha ido creciendo progresivamente en porcentajes extremos. Oxfam llega a afirmar que el 1% de las personas del mundo acumula hasta el 82% de los bienes. Otros afirman que el 1% posee más del doble de lo que poseen 6.900 millones de personas.

En España, en el periodo 2011-2018, quienes poseen más de 700.000 euros han aumentado un 36.6% (47.000 más) y los pobres han crecido un 9,5%, de 7.5 millones a 8.31 millones (700.000 más).

¿Qué factores provocan esa situación tan dispar de enriquecimiento y empobrecimiento? Se señalan como tales la evasión fiscal (paraísos fiscales y estrategias de no cotización), la influencia política empresarial, el debilitamiento de los derechos y las condiciones laborales y el recorte de gastos (como reducción de personal y de determinados servicios).

En 2019, 821.6 millones de personas pasaban hambre en el mundo. Añadimos 1.320 millones en situación de inseguridad multifuncional (laboral, económica, educativa, sanitaria…) y 704.000 severa, con lo que sumamos casi 3.000 millones de personas en situación de grave riesgo económico y social. Hambre y pobreza no son, pues, un fenómeno excepcional, como podríamos pensar fácilmente, sino algo demasiado común.

¿Cuál podría ser la causa originaria de todo ello? Se me ocurre evocar como significativa la actual negativa o resistencia a dotar de vacunas anti-covid a los países pobres, facilitándoles al menos la producción de las vacunas en sus propios países a través de la suspensión temporal de vigencia de las patentes. Es decir, no se quiere compartir los bienes necesarios para la mera supervivencia con los más débiles —que son la mayoría—. Pero, los países del Norte sí son duchos en extraer las materias primas de los países del Sur, industrializarlas en sus países (del Norte), para venderlas después a precio multiplicado a los mismos países proveedores de dichas materias primas. Parecido a lo que ocurre en Europa con los productos agrícolas: las grandes empresas distribuidoras de alimentos los adquieres a precios ínfimos, para venderlos luego a precios bien elevados y gananciosos.

Habrá que seguir visualizando y analizando otras causas y manifestaciones de la pobreza en los aspectos del paro y la precariedad laboral, de la exclusión y discriminación laboral de los jóvenes —incluso profesionales titulados—, de los precios desorbitados de los alquileres de vivienda, de la electricidad y los combustibles, del deterioro de la Sanidad y la Educación, del trato inhumano que se da a inmigrantes y refugiados (política migratoria realmente necrófila, mortífera).

Entonces, ¿se puede afirmar finalmente que la pobreza, en los aspectos mencionados, obedece a la incuria, la irresponsabilidad y la falta de empeño de los pobres, tanto en España como en el mundo?

Concluimos que la pobreza no es una decisión individual, sino que es una decisión política, que mantiene y favorece la desigualdad en favor de unos pocos en detrimento de los muchos, de la mayoría.

Las empresas carecen de la conciencia de la función y misión social que las justificaría, consistente en el servicio a la sociedad para cubrir las necesidades de la misma y no como un simple medio de enriquecimiento personal o corporativo. Esta afirmación me parece elemental, pero al mismo tiempo, por su ausencia general en la mentalidad común de empresarios y ciudadanos, suena a pura ingenuidad.

La propiedad privada —como recalca el papa Francisco insistentemente— no es un derecho absoluto, sino un derecho relativo al derecho primero del destino universal de los bienes.

En una sociedad verdaderamente humana, las personas, el Estado, las instituciones, las empresas económicas han de tener como eje central el bien común, que se concreta en que todas las personas puedan vivir con dignidad, respetándose los Derechos Humanos consagrados en las mismas Constituciones Políticas.

Es necesario despertar del individualismo y la indiferencia —como predicaba fray Antonio de Montesinos a los hacendados de Santo Domingo en diciembre de 2011: «¡Cómo estáis tan letárgicamente dormidos!»— y buscar la fraternidad y el bien común.

De otro modo, no se desarrolla una democracia verdadera, que no consiste solamente en votar y alguna cosa más, sino en la participación efectiva de todas las personas en la vida, los bienes y la acción de la sociedad.

«Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza, y a menudos descarga en los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo… Si se margina a los pobres, como si fueran culpables de su condición, entonces el concepto mismo de democracia se halla en crisis y toda política social se vuelve un fracaso» (Francisco, Mensaje para la V Jornada Mundial de los Pobres 2021).

No hay pobres, hay empobrecidos.

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