Diario de León
Publicado por
Manuel Rodríguez Díez, agustino
León

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¡Menos mal!, porque yo llevo varios años peleando con uno recurrente: sueño con una hermosa marquesina. No, no es una marquesa jovencita, que ya no está uno para esos pequeños erotismos, aunque no sean más que somnolientos. Mi sueño tiene que ver con lo que la RAE define como «especie de alero o protección de cristal y metal que se coloca a la entrada de edificios públicos, palacios, etc. Se extendió a las cubiertas de andenes de estación e incluso a claraboyas». Y el lector inteligente, aunque no sea más que por aquello de ‘adivina adivinanza’, sabe con qué marquesina sueño y he soñado por ya largo tiempo.

A causa de mi insaciable curiosidad, he seguido atentamente los avatares del ferrocarril en León durante los últimos años. La solución que la lógica más simple imponía desde el principio se ha cumplido y ya están las vías férreas más o menos soterradas. Tenemos una estación nueva que no está mal, pero que, en mi modesta opinión, no le llega a los talones al señorial edificio de enfrente que, como solterona impenitente, espera la llegada de un novio aceptable, aunque el desfile de posibles pretendientes se alarga más cada año sin llegar a compromiso alguno. Todos los que hemos conocido la vieja estación sabemos que, como estaba ordenada o distribuida, tenía varios serios inconvenientes: horrible y diminuta sala de espera-llegada, peor zona dedicada a la venta de billetes, y una cafetería donde tomar un café se convertía en una batalla a codazos. Todo ello ‘arrejuntao’ en un espacio maloliente y cochambroso donde salientes y entrantes pasajeros y sus equipajes peleaban por un metro cuadrado en que situarse, sobre todo en los meses invernales leoneses.

No soy arquitecto, (para eso tengo a mi amigo José), pero si creo tener algo de sentido común. El edificio viejo de la estación mide 90,70 x 9,30 metros (exterior), lo que, si mis limitados conocimientos matemáticos no fallan, supone una superficie de 853,51 metros cuadrados. Y no dudo de que hay en León un montón de arquitectos que, liberando espacios ocupados por funciones que podrían desarrollarse en otros pisos del edificio o en edificaciones adyacentes propiedad de Renfe-Adif, hubiesen podido convertir la mayor parte de la planta baja de la estación en un espacio más que suficiente para conseguir una buena sala de espera-llegada, una conveniente área de venta de billetes, y una amplia y agradable cafetería. No hay que ir más lejos que Pucela para ver que lo que digo era más que posible en León. Más aún, me atrevo a decir que el resultado hubiera sido mejor en nuestra ciudad, porque, si no me engaño, la superficie de la vieja estación leonesa es mayor que la pucelana.

Pero en mi sueño la solución de los problemas es más sencilla y más hermosa. Cuando el AVE llegó a Madrid, se decidió que Atocha fuera la ‘estación estrella’ de la capital. Quien la recuerde como la recuerdo yo, estará de acuerdo con que no podía ni mucho menos, con las grandes estaciones ferroviarias de otras capitales europeas; después de todo, su primer destino fue como estación para el ferrocarril de Madrid a Aranjuez. Hoy, sin embargo, puede codearse dignamente con la mayoría de ellas. Y una de sus atractivos principales fue la transformación de la ya entonces en desuso vieja marquesina que cubría los antiguos andenes en un magnifico y hermoso sitio donde esperar la llegada de parientes o amigos, o matar el tiempo de espera tomando un café o mordisqueando un bocadillo en alguno de los establecimientos que la rodean, o simplemente contemplado la frondosa vegetación del magnifico y atractivo jardín-invernadero en que se ha convertido. Los peques, con solo intentar contar las, hasta hace muy poco tiempo, casi incontables tortugas que los madrileños habían liberado en los pequeños lagos del jardín una vez cansados de ellas en sus hogares, podían estar ocupados por largos periodos de tiempo.

En mi sueño —y en la realidad, cuando paso cerca de ella, que es frecuentemente—, imagino la hermosa marquesina leonesa cerrada hasta el suelo de forma elegante y convertida en una preciosa sala de espera y espectacular de llegada, bien climatizada, dando una sorprendente bienvenida a quienes vienen a visitarnos, en lo que pudiera perfectamente alojar un no tan pequeño jardín botánico, una amplia y luminosa cafetería, y servir de agradable refugio invernal a paseantes de la zona. Naturalmente, en mi sueño sobran los dos, en mi opinión, horrendos e innecesarios lucernarios que ahora la ‘adornan’. Porque, seamos sinceros, a quién demonios se le va a ocurrir ir a pasear en el enero o febrero leoneses por el nuevo Paseo de la Estación, especialmente sin tener a mano un sitio agradable donde guarecerse y poder tomar un café como podría haber sido el rincón dedicado a ello en la marquesina? Por espacio, imagino que hasta podría haberse creado un pequeño parque infantil dentro de la estructura. Para más inri, podría haberse hecho un magnífico aparcamiento en el terreno inmediato a la marquesina, que, imagino, es ‘bien ganancial’ de la coyunda Renfe-Adif. Sin ser economista ni cosa que se le parezca, pienso que el cierre, acondicionamiento climático, instalaciones dentro del nuevo espacio, creación del aparcamiento, etc., hubieran supuesto menos gasto que la erección de la nueva estación y servicios adyacentes, aparte que hubieran dado un más que digno uso al precioso edificio de la estación vieja en cuya planta baja podrían haber quedado la venta de billetes y otros servicios al cliente.

La marquesina de Atocha mide 152 x 48 m., lo que resulta en 7296 metros cuadrados. La de León, 90,7 x 21,5, o sea 1.950,05 metros cuadrados. ¿Ni comparación? ¡Equivocado! Porque, como ocurre con el chaval de Ambasaguas que, al ser preguntado por Julio Llamazares en El río del olvido dónde se juntan las aguas del Porma y del Curueño, le suelta un diplomático ‘depende’ que deja a Julio turulato y le hace preguntar: ‘Depende, ¿de qué?’ ‘Depende a qué lado del puente estés», responde el ‘diplomatín en ciernes’ refiriéndose al que separa Ambasaguas de Barrio de Nuestra Señora, así el lector que quiera tomarse un momento para hacer unos simples cálculos acabará descubriendo que la comparación entre la marquesina atochana y la leonesa pues... depende desde qué ángulo se mire.

Por Atocha se calcula que pasan unas 800.000 personas al día. Si dividimos entre ellas los 7296 metros cuadrados de la marquesina, les ‘toca’ a 0,000912 metros cuadrados por persona. En cambio, si dividimos los 1950,05 de la estación leonesa por los que, sospecho, no pasan de 5000 (2) pasajeros y visitantes diarios, corresponderían a cada uno 0,39 metros cuadrados. (A pesar de haberlo intentado, no he podido conseguir de Renfe, ni en Madrid ni en León, una información más exacta sobre el número de personas que pasan a diario por la estación leonesa. Nadie parece estar interesado en saber si está infra o superutilizada. ¡Tipico!). Queda claro que, como en el caso del chaval ambasagüeño, si nos preguntamos cuál es mayor, la marquesina madrileña o la leonesa, las interpretaciones... ¡dependen!

Veo en mi sueño al viajero procedente de Madrid ascender por una escalera, mecánica o normal, y encontrarse se repente en un vestíbulo ajardinado, con alguna palmera o araucaria y algún que otro árbol autóctono, pequeños jardines con flores de temporada, y con unos graciosos estanques poblados por peces de colores; con unos chavalines balanceándose en los columpios de un pequeño parque infantil; y con un grupo de elegantes damas leonesas sorbiendo un chocolate y saboreando unos churros sentadas alrededor de una mesa de una acogedora cafetería.

Comprendo que mi sueño seguirá siempre siendo nada más que un sueño. Pero eso no me impedirá seguir soñando, cada vez que pase cerca de la marquesina leonesa, con lo que pudo haber sido y no lo es: muy posiblemente, quizás la sala de llegada más hermosa de cualquier estación de ferrocarril de España. Después de todo, los viajeros que llegan a Atocha no tienen la suerte de acceder desde el andén al hermoso jardín que alberga la antigua marquesina, mientras que en León hubiera sido salida obligatoria. Y seguiré lamentando en mi sueño que un muy hermoso y señorial edificio siga esperando la mano de nieve’ que, como al arpa de Bécquer, sepa finalmente darle la vida que merece,

Aunque no es parte de mi sueño, lo siguiente está algo relacionado con él. He usado un par de veces el nuevo andén subterráneo, que encuentro luminoso y con una decoración atrayente. Reconozco que de trenes no sé nada, pero me da la impresión de que Adif no ve mucho futuro para la estación leonesa cuando ha dejado una sola vía en cada dirección, con un andén doble entre ellas. ¿Es que nunca habrá la posibilidad de que coincidan en ella dos trenes que vayan en la misma dirección, aunque sean de diferente categoría? ¿De quién ha dependido esta decisión, se mire desde donde se mire, como diría el chavalín de Ambasaguas? En algunos sitios se la llamaría estrechez de miras; en otros, poca visión de futuro.

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