Diario de León

Teleeducación y viejas tecnologías

Publicado por
Gonzalo González Laiz. Profesor de Lengua y Literatura. Defensor de las viejas tecnologías
León

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Si “coronavirus” no lo impide, la otra gran candidata a palabra del año es ya “teletrabajo”. Recluidos en nuestros hogares, miles de españoles intentamos trabajar a distancia haciendo uso de las nuevas tecnologías, en la medida de nuestras posibilidades y con diferentes resultados. Sin ir más lejos, este periódico es muestra de cómo se pueden hacer muy buenas cosas a distancia pero, sin duda, todos comprendemos que no hay ordenador que amase una barra de pan. ¿Y la educación? ¿Son ciertas esas idílicas imágenes de niños aprendiendo embelesados ante la magia de las pantallas? ¿Es el omnisciente dios google el nuevo magister? Vayamos por partes.

Uno.- Como ya he dicho, las nuevas tecnologías son tan buenas como pueden ser malas, simplemente hay que saber usarlas, detalle que los adultos también pasamos por alto cada vez que cambiamos de móvil a uno de última generación, sin que venga con ningún tipo de manual de instrucciones (me refiero a instrucciones sociales, no técnicas). Hasta hace unas semanas, un grupo de información hablaba sin cesar de #levantalacabeza de las pantallas. Ahora, esa campaña ha desaparecido. Parece que el teletrabajo nos obliga a usar pantallas y todo lo que resultaba nocivo y que está absolutamente demostrado (problemas de visión, pérdida de concentración, insomnio…), de repente se ha convertido en lo mejor de lo mejor para que nuestros hijos aprendan en casa. Ved vídeos educativos, ved televisión educativa, entrad en plataformas en línea educativas, haced ejercicios y mandadlos… ¿A nadie le sorprende? ¿Será que ya estamos acostumbrados a escuchar en días, una cosa y la contraria, dichas por la misma persona? ¿De verdad solo se puede educar con pantallas?

Las nuevas tecnologías son tan buenas como pueden ser malas, simplemente hay que saber usarlas, detalle que los adultos también pasamos por alto cada vez que cambiamos de móvil a uno de última generación

Dos.- El viernes 13 de marzo fue el último día de clase y ya se empezó a advertir a los alumnos de que estuvieran pendientes de sus correos corporativos (correo oficial que la Junta suministra a todo alumno en cuanto se matricula). Ese fin de semana ya recibí mensajes con instrucciones de recuperación de correos, instalación de programas y localización de alumnos despistados. En el inicio de la semana algunos profesores empezaron a mandar material de una o dos lecciones para los alumnos, con ejercicios con fecha límite y severas advertencias hasta sobre exámenes que, supuestamente, contarían para la nota de evaluación (no hablo de mi Instituto, por cierto). Dos cuestiones: primero, felicitar a los equipos directivos, que verdaderamente se han esforzado por tratar de recuperar las cuentas de los alumnos que no conocían sus claves, por diferentes medios; segundo, la carga de trabajo ha sido desproporcionada y, me consta, muchos jóvenes se han sentido superados por una situación insólita también para ellos. ¿Demasiados candidatos a “profesor del año”? (“Competición” que siempre me ha sonado a carreras de caballos y que, ¿a que lo adivinan?, suele ganar alguien muy versado en nuevas tecnologías).

Tres.- Y es que no todos los alumnos (incluyan profesores) son iguales. Esta evidencia que nos llevan repitiendo los pedagogos desde tiempo inmemorial parece que se le ha escapado a quienes quieren igualar las supuestas bondades de la teleeducación. No todos los alumnos tienen acceso a internet. No todos los alumnos dominan el acceso al correo de la Junta. No todos los alumnos dominan las aplicaciones de ese correo (en efecto, algunos profesores no se conforman con el correo y utilizan otras herramientas, la mayoría, nunca explicadas en clase, pero, eso sí, muy “intuitivas”, palabra mágica para los adoradores de la diosa tecnología). No todos los alumnos tienen un ordenador para ellos, sino que deben compartirlo con padres, hermanos o parientes que también intentan teletrabajar. Y, por último y más importante, no todos los alumnos o sus familias tienen salud, por lo que esos mensajes apremiantes, el tener que estudiar ecuaciones por su cuenta o el aprender temas de meses en días es, no ya imposible, sino bastante poco delicado.

Cuarto.- La denostada clase magistral, que algunos creen que es alguien hablando y otros escuchando, ha desaparecido. Ya no por falta de “maestros” capaces de hablar cincuenta minutos de su especialidad (¿también?), sino porque no he conocido a ningún profesor que plantee así sus clases en un instituto. Todos intentamos explicar teoría, sí, pero también dialogar, practicar, aclarar dudas, mandar ejercicios in situ para ver cómo los hacen los alumnos… tareas todas ellas que responden a lo que debe ser la educación y que nunca podrá hacer un frío ordenador, por muchos colores que use el Word. Que conste que no vivo en la Edad Media y conozco y me aprovecho de las nuevas tecnologías y de las redes sociales en lo mucho que tienen de beneficioso. También saludo y aplaudo el esfuerzo de muchos de mis compañeros en trabajar a través de estos medios para diversificar, variar o intentar enganchar a más alumnos a sus explicaciones. Sin embargo, la teleeducación no es ni el futuro ni, siquiera, el presente. Queda dicho que abusar de ella es injusto y perjudicial. Prescindir de las viejas tecnologías del lápiz, el papel y el profesor corrigiéndote y explicándote en el acto, es un error. Entiendo que la situación actual requiere medidas y parches extraordinarios. Pero, ni nos confundamos, ni saquemos las cosas de quicio. Las nuevas tecnologías deben casarse y convivir con las viejas en su justa medida: los refulgentes y vanguardistas becerros de oro suelen tener las patas muy cortas.

Creo que queda claro que las integrales o las subordinadas adverbiales no es fácil explicarlas o comprenderlas a distancia, sin embargo, ahora mismo, existen otras prioridades. Lo que he mandado a mis alumnos, aparte de quedar a su servicio para cualquier tipo de duda (en efecto, a través del correo electrónico), es repasar, sí, pero, sobre todo, leer, ver películas clásicas en familia, escuchar música, jugar a juegos de mesa y acompañar a sus familiares. Eso, creo, también es educación.

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