Diario de León
Publicado por
Dalmacio Castro Pérez
León

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Tal vez podríamos, deberíamos, aprovechar la prórroga señalada hasta el próximo 3 de diciembre, la continuidad de las medidas cautelares para revertir la virulencia de la pandemia en nuestro territorio, para reflexionar sobre el modelo de comercio que tenemos. Es un ejercicio que nos implica a todos, profesionales y consumidores, porque en el horizonte intuimos que no sólo está en juego el presente inmediato, también el futuro. En especial el de las nuevas generaciones, el de nuestros hijos.

En este tiempo tan convulso que hemos vivido, en especial desde la aprobación del estado de alarma en marzo, la realidad cotidiana nos ha dejado claros indicios de que no todos han jugado limpio. Mientras los profesionales del pequeño comercio, el cercano, el familiar, cerramos nuestros negocios, conscientes de la prioridad de la salud, algunos gigantes de la venta y distribución on line mostraron sin recato que carecían de escrúpulos. Algunas de las firmas más conocidas, que ningunean las leyes que estabilizan los mercados, no perdieron ni la más mínima oportunidad para poner en circulación todo tipo de mercancías sin relación alguna con la filosofía del cierre, nada que ver con los productos de primerísima necesidad. Y la distribución de este catálogo de complementos, repito, de todo menos mercancías de primera necesidad, también entraba en franca contradicción con el principal motivo del encierro generalizado, evitar la propagación de un virus, que ha dejado a muchas familias muy tocadas.

La venta en red ya forma parte del modelo de trabajo entre muchos de nuestros profesionales del comercio cercano, que ejercen con éxito esta alternativa; pero ellos pagan los impuestos que les corresponden sin atajos ni trampas encubiertas

Pero esta forma de comerciar, que nos hace reflexionar sobre el fracaso, y en qué medida, del modelo económico que sustentamos, nos alerta de un hecho muy grave. Mientras el comercio cercano, que durante décadas ha permitido con sus impuestos, como los del resto de los ciudadanos, que crecimiento y progreso fueran de la mano, algunos gigantes de la venta online han orquestado una madeja de entresijos que les permite, por arte de magia financiera, trasladar sus gigantescos beneficios a esos paraísos intocables que nadie, ningún Gobierno, se atreve a cuestionar. La venta en red ya forma parte del modelo de trabajo entre muchos de nuestros profesionales del comercio cercano, que ejercen con éxito esta alternativa; pero ellos pagan los impuestos que les corresponden sin atajos ni trampas encubiertas y asumen una responsabilidad imprescindible para crear futuro.

Los principales periódicos económicos señalaban recientemente que uno de los gigantes del comercio electrónico había facturado el año pasado en España 1.300 millones de euros, tras distribuir 42 millones de pedidos. Y de esta facturación sólo abonó en concepto de tributo a las arcas públicas, —impuestos que todos los comerciantes pagamos religiosamente hasta el último centavo de euro— 88.000 euros, perdón 87.903, para ser precisos. Y ello es posible porque su centro de operaciones se sitúa en países al margen de políticas que ligan el crecimiento y la estabilidad a la corresponsabilidad de todos los actores de la economía. A los comerciantes nos compete mantener la calidad y ese trato cercano que es sello de identidad y a los consumidores elegir por qué modelo apuestan. Las instituciones y la clase política deben arbitrar las leyes que impidan la arbitrariedad y el juego sucio.

Podríamos preguntarnos cuántos de esos 42 millones de productos vendidos han llegado hasta aquí y, por tanto, cuántos recursos económicos que podrían ayudar a crear empleo, estabilidad, oportunidades para nuestros jóvenes, futuro en esta tierra tan maltrecha, se han esfumado y han desaparecido en esos paraísos fiscales.

Primero nos vendieron la carta blanca a los grandes espacios comerciales como un signo de modernidad, y quiero recordar que fue precisamente este envite, uno de los pilares sobre los que se ideó Aleco, hace ya un cuarto de siglo. Casi sin tiempo para procesar el cambio y poder readaptar el comercio, se gestó la libertad de horarios, como en otros tiempos que ya creíamos olvidados. Y ahora el futuro se conjuga en la red, una nueva herramienta que, sin embargo, ha abierto un gran socavón entre quienes juegan limpio y cumplen las reglas y los gigantes que operan al margen de ellas. Tal vez por ello, las alcaldesas parisina, Anne Hidalgo, y catalana, Ada Colau, han pedido a sus ciudadanos, alto y claro, que cambien Amazon por el pequeño comercio, el de barrio, el familiar; son el músculo básico de las pymes. Y las adhesiones de otras ciudades no se han hecho esperar. Un buen ejemplo.

Todo este discurso nos conduce a un pregunta imprescindible. ¿Estamos ya en un punto irreversible? No. Claro que no. El cambio de modelo de consumo implica una honda y pausada toma de conciencia sobre el modelo de sociedad que queremos. Y por tanto debemos elegir cuál debe ser nuestro papel como consumidores, porque nos alcanza a todos. Insisto, no hay nada que no se pueda cambiar, pero no podemos permanecer al margen. Nos atañe a todos. Estoy seguro que el espíritu que inmortalizó Dickens en su cuento de Navidad nos animaría a encarar ésta que se avecina desde esa corresponsabilidad, esa que permite a las sociedades prosperar. Y León necesita esa complicidad de todos. Y cuanto antes.

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