Diario de León

‘Tiempo de silencio’, sesenta años después

Publicado por
David Santamarta
León

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Montesinos sintió curiosidad por conocer con cifras concretas la repercusión que la pandemia había tenido en su sección, alejada de lo que habían llamado la primera línea. Se dirigió al Servicio de Documentación y Admisión Clínica y recibió una hoja con una docena de datos encuadrados en un par de líneas de lo que parecía un archivo Excel. No era eso lo que buscaba, y pidió al administrativo hablar con el mando intermedio, situado puerta con puerta. Desde el otro lado de la mesa, muy amablemente, el responsable de aquel departamento le recordó que el hospital era un ente jerarquizado. La información que solicitaba, cuadro de mandos dijo, tenía carácter reservado. Las cifras referentes a los pacientes atendidos en consulta externa, hospitalizados o intervenidos se entregaban al jefe del departamento. Montesinos salió contrariado de aquel despacho, recorrió cabizbajo el largo pasillo que le separaba de su taquilla y dio por zanjada la jornada laboral.

Aquella tarde, mientras curioseaba en la biblioteca, se dio de bruces con el lomo de Tiempo de silencio. La imagen de la portada, unos ratones blancos merodeando alrededor de unas frascas de laboratorio, le resultó familiar. El libro parecía ocupar un nicho conquistado por derecho propio. La cubierta había criado una capa de inmundicia. Encaramado a la escalerilla de la biblioteca, lo abrió, metió las narices en su tripa y aspiró el aroma de papel añejo. Había restos de ceniza entre algunas hojas, pasajes subrayados a lápiz y alguna anotación. Dedujo que habían sido varios sus lectores. Lo introdujo en su sitio y lo anotó mentalmente para una próxima lectura. Quizás relectura.

Se decía en la ciudad que había casi tantos escritores como lectores. Unos sostenían que era por tradición y otros que el crudo y largo invierno. Los libros además se editaban con esmero. Un sábado por la mañana Montesinos hojeaba en una librería un pastagruesa bien ensamblado y leyó en su colofón: «Cincuenta y cinco años después de la primera edición de la novela Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos, que este editor considera como la mejor novela española del siglo XX que jamás haya leído. Vale». La circunstancia resultó decisiva y se dejó llevar ante este encuentro inesperado. Era difícil que le defraudara y en tal disposición de ánimo comenzó. El primer fragmento tuvo que releerlo. Una de dos: o no leía con suficiente concentración o era un texto difícil. Y eso que el ambiente en el que se desenvolvía la acción, un laboratorio cutre y destartalado, le era conocido. A continuación, la sobrecogedora descripción de una gran ciudad, pueblerina y sin catedral.

Tiempo de silencio se publicó en 1962. Tuvo un éxito extraordinario de inmediato y no tardó en traducirse a muchos idiomas. La acción se sitúa en Madrid durante el otoño de 1949 y despliega un friso de ambientes y personajes, desde el lumpen del arrabal hasta el oropel de salones con mullidos sillones donde poder hundirse. La apariencia de normalidad en la vida del protagonista permitió que muchos pasajes sortearan la censura, mientras su voluntad se disuelve en el espeso silencio de aquel tiempo.

Montesinos leyó el libro. Seguía sin saber con datos concretos la repercusión que la pandemia había tenido en su sección. Optó por dejar el asunto en barbecho.

Martín-Santos falleció poco después de ver publicada su novela, después de un accidente de tráfico. No había cumplido cuarenta años, tiempo suficiente en su caso para conocer el lado amargo de la vida. Su madre estuvo recluida en un centro psiquiátrico, «aquejada de una dolencia incurable, periódicamente había de ser sometida a las curas y prácticas de una medicina rutinaria, incapaz de sanear y aún inspeccionar la insondable sima de aquel alma enferma», en palabras de Juan Benet. Fue encarcelado por motivos políticos en más de una ocasión durante los años cincuenta. Su mujer murió apenas unos meses antes que él, dejando huérfanos a tres hijos de corta edad. Inevitablemente, Martín-Santos volcó en su obra más emblemática una parte de su biografía. Hay quien opina que es una novela imperfecta, con altibajos, la obra de un genio literario en agraz que interpretó con originalidad la época que le tocó vivir. De Luis Martín-Santos también se ha dicho que es un autor sepultado no ya por un libro, sino por un título que sobrevive en las librerías sesenta años después.

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