Diario de León

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H ay que reconocer que solamente Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, avanza un poco más que los demás en las tinieblas del futuro. Habla de un acuerdo posible de Ciudadanos con el Partido Popular y con el PSOE, sabedor, como todos, de que nadie podrá gobernar España nuevamente en solitario, que habrá que hacerlo en clave de moderación —Podemos tratará de girar hacia ese concepto, pero ¿convencerá?—y con un horizonte profundo de reformas y talante negociador en la mochila. El propio Rivera, que a mí me parece que desde hace tiempo mira de reojo al secretario general socialista Pedro Sánchez, añade que ve muy difícil que sea Mariano Rajoy quien lidere ese proceso, esa nueva etapa que viene imparable, aunque el presidente del Gobierno central esté lejos de admitir la llegada de esa nueva era.

Porque así está la cosa: Rajoy ha mostrado, con Mas, un escaso talante negociador. Pero no caeré en el sectarismo de culpar sobre todo al presidente del Gobierno central de los dislates, disparates y rabietas que animan la conducta del president de la Generalitat, que yo creo que adivina su mal futuro. Sí es cierto, sin embargo, que Mariano Rajoy es el único de los líderes nacionales —y, además, el más poderoso— que no apuesta por cambios profundos, aun sabiendo que tendrá que tragar ese sapo si piensa tener éxito en las elecciones generales que convocará para, se supone, diciembre.

El principal foco de responsabilidad ha de colocarse en el empecinamiento de Mas. Y en una Cataluña en la que buena parte de la clase política ha mostrado estar corrompida hasta el tuétano, que se siente engañada por el Estado central, aunque no se especifique muy bien por qué y con la que, desde luego, ha faltado tacto, diálogo y hasta firmeza. Porque lo más grave de todo es que los gobernantes catalanesse han saltado limpiamente las barreras legales y constitucionales. Pues eso: que, para negociar el futuro, hace falta empezar a cambiar el presente. Y los cambios concretos que se avizoran —un pequeño pacto para reformar el insostenible Senado— no bastarán para detener la sangría catalana, aunque quizá abran las puertas a una reforma constitucional más seria. Hoy no es día para mirar a Artur Mas, que ya sabemos lo que da de sí: estoy ansioso por conocer en profundidad qué tienen que decir Rajoy -aunque el viernes ya pudimos oírle: no mucho-, Pedro Sánchez —que mantiene su error de no pactar con el PP, en lugar de decir que no pactará con Rajoy—, Albert Rivera —que tiene que afinar sus propuestas, porque será el árbitro de la situación futura— y Pablo Iglesias, que a mí me parece que anda sumido en un proceso de transformación a la fuerza respecto de sus propuestas iniciales. ¿Evolución o ruptura? Estamos como en 1976, ante la primera transición. Si no sabemos evolucionar bien, quizá nos tengamos que enfrentar dentro de no mucho a la ruptura.

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