Diario de León
León

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La editorial Edaf me ha invitado a asistir, hoy en la madrileña Casa Alberto, a la presentación del libro La plenitud de Cervantes, de José Manuel Lucía. Iría, pero me he apuntado a un cursillo en la Universidad. Aún aprendo, que dijo Goya poco antes de poner el pie sobre el estribo. El año pasado presenté en León una conferencia de este cervantista. Antes, en mi casa, compartimos con él cecina y vino. Luego nos hicimos una foto junto al invento con el que espero pasar a los aledaños de la posteridad: la máquina de detectar falsos lectores del Quijote. «¿Y les sonó la sirena?», se preguntará Avellaneda. Por supuesto que no, además cada cual ha de leerlo cuando quiera y pueda. Tras La juventud de Cervantes y La madurez de Cervantes, ahora en La plenitud… nos ubica en esa década luminosa en la que se concentra la práctica totalidad de los libros del alcalaíno. Qué fascinantes son las etapas últimas de los grandes autores (el primer Quijote fue publicado cuando tenía ya 58 años edad, un Matusalén para la época). En Enrique IV, de Shakespeare, el nuevo rey le espeta a Falstaff, quien hasta entonces era su amigo: «No te conozco anciano, vete a rezar». Algo similar le dijeron a Cervantes, en 1610, cuando —muy escaso de maravedís— pidió plaza en la comitiva de escritores del conde de Lemos, nombrado virrey de Nápoles. Quedó en tierra, donde el oleaje muerde. Fueron años muy productivos, hasta su muerte en 1616. Por ello, el título de esta tercera entrega elude hablar de ancianidad. Pese al declive físico, ¡ay, maldita hidropesía!, estaba en su plenitud intelectual.

Un Cervantes vivo en una época viva: los trámites para publicar, el proceso Ezpeleta (que llevó al escritor y a los suyos a dormir en el cuartelillo), la razón de la ruptura con su única hija, sus ingresos extraliterarios, la recepción del Quijote, el enigma Avellaneda, su trato con las academias. Como formé parte de un grupo de primeros lectores del libro, puedo recomendárselo sin reservas: excelente.

Me alegra que tal logro nos llegue desde la docencia, con unas Humanidades tan injustamente castigadas. El cervantismo tiene ya sus años, pero ahora vive una dorada plenitud gracias a profesores como José Manuel Lucía.

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