Diario de León
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Álex J. García Montero. Coordinador del Equipo de Prensa del Colegio Marista San José de León
León

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Siguiendo a Jorge Manrique, poeta castellano bajo medieval, podríamos empezar una semblanza sobre un finado con aquello de «nuestras vidas son los ríos que van a dar hacia la mar». Desde antiguo, el ser humano ha tenido que moverse entre las aguas del destino y las corrientes de la libertad. Así, la mitología clásica nos hablaba de un modelo de hombre abrumado por el destino caprichosamente dictado por los dioses. Sin embargo el Cristianismo apostó claramente por la linealidad de la libertad, apertura y trascendencia del ser humano.

La muerte del hermano Agustín Montero nos ha conmocionado como Comunidad Educativa. Y cuando la conmoción llega, nos vemos abocados a implorar al destino como causa de dicha fatalidad. Nada más lejos de la realidad. El destino de Agustín, ese fatídico fin de semana, era preparar la celebración de la Pascua para los padres de los hermanos. Y cuando el destino es Pascua, y la Pascua, destino, no hay nada más absoluto que la libertad. Porque la libertad de Cristo Resucitado abre al hombre a un sinfín de posibilidades. Y entre éstas, se encuentra nuestra labor de educadores maristas. Si el hombre es abierto, el alumno más.

La vocación de Agustín nació en el río Gier, en el sureste francés, cerca de Lyon. Allí se encuentra el hogar, casa y santuario de L’Hermitage, origen de la Institución Marista, fundada por el párroco rural y luego maestro, previamente mal estudiante, Marcelino Champagnat. Agustín nació en el norte de Cáceres, «picaíno» —como se dice por aquellos lares— a su Salamanca añorada. Y se movió entre esas dos orillas. Las mismas que habitaron seres maravillosos como Gabriel y Galán, y Unamuno. Uno, en la orilla de la tradición y el agro. El otro, en la ribera de la modernidad y lo urbano. Ambos preocupados por la formación en España, siendo acuíferos de sabiduría profunda. Agustín encarnó la mejor tradición marista y la más excelente de las aportaciones actuales en el campo pedagógico de la lengua y la literatura. Fue alberca, surtidor, aljibe y caño a la vez. Como María, llamada Buena Madre, fue seno de redención y ejemplo de ver a Dios en un niño.

Agustín acudió a tierras portuguesas para preparar una Pascua. Pero en realidad llevaba preparando su Pascua, su encuentro con Cristo, desde su bautismo allá en las aguas de la pila de una lejana parroquia rural cauriense o placentina.

Y el Zela, río luso, nos lo llevó. Fue la fatalidad, pero no el destino. Porque Agustín fue un torrente de vida allá donde estuvo. Y en el Zela varó su barca, pero desde el Gier hasta el Arlanzón, pasando por el Pisuerga, el Adaja o el Eresma, hasta nuestros Bernesga y Torío, las aguas de la vida llevan un poco más de limpieza y transparencia gracias a la vida de este hermano.

Su funeral, en Salamanca, ciudad del Tormes, que junto al Duero, han sido los ríos que más letras y vidas han unido en Castilla, León y Portugal. Mañana, jueves 31, celebraremos la esperanza en el Colegio Marista San José, a las 18:15 horas en la Capilla. Unámonos pues a su legado, como leoneses de bien, y sobre todo como Comunidad Educativa. Sus alumnos, pequeños cauces de la verdad, siguen esperándole agostados. Continúan esperándonos. Finalicemos, pues, con la plegaria unamuniana del misterio de la muerte: «Méteme, Padre eterno en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho, del duro bregar».

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