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TRIBUNA | Chismorreos y otras banalidades

El chismorreo puede generar una adicción tan fuerte como los opiáceos

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Publicado por
ARTURO PEREIRA | Jefe de la Policía Municipal de Ponferrada
Ponferrada

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Que somos seres chismosos está más que probado. Incluso, hay personas que han hecho de esta actividad una seña de identidad y otras una profesión. Estas últimas nos las encontramos en todas las cadenas de televisión en unas jornadas maratonianas que mantienen a muchos espectadores largas horas escuchando como lanzan chisme tras chisme sobre todo lo que se mueve.

Pero, en un ámbito un poco más riguroso, podemos afirmar que el ser humano y el chismorreo van unidos sin posibilidad de separarse o al menos sin que haya voluntad de hacerlo. En todo momento los chismes han acompañado a todo tipo de personas, desde las más ilustres a los más iletrados que la humanidad haya podido dar fruto.

El chisme es una actividad que tiene muchas connotaciones, unas buenas y otras malas. Las buenas se refieren a que se convierte en una fuente de información útil para hacer algo provechoso. Las malas, por el contrario, se dan cuando de este se derivan críticas y vejaciones, al menos verbales para con los demás.

Por citar algún ejemplo histórico, especialistas en chismes fueron Napoleón y su ministro de policía Fouché. Convirtieron el chisme en instrumento de una política para obtener información, crear temor y doblegar voluntades. 

La verdad es que llegó un momento en el que todos los que les rodeaban no sabían lo que era cierto, falso o simples chismes. Esta actitud es propia de aquellos que tienen tendencia al totalitarismo y desconfían de todo el mundo.

A un nivel más cotidiano todos chismorreamos. Y lo hacemos en todos los ámbitos, bien sea el laboral o el personal y sin solución de continuidad. Es inevitable y aquel que diga, como está de moda hacer, que él va exclusivamente a lo suyo, no está siendo absolutamente sincero. A todos nos interesa la vida del vecino y, de hecho, aunque cada vez vivimos más aislados, siempre nos interesamos por las vidas ajenas.

Y nos interesamos por las vidas de los demás porque somos seres curiosos y no desaprovechamos cualquier ocasión para aumentar nuestro arsenal de conocimientos sobre los demás. Cualquier cosa nos sirve, desde antecedentes personales a gustos o costumbres. Si ese conocimiento nos sirve para poder criticar, todavía es mejor bienvenido.

El que diga que no ha criticado nunca, tampoco está siendo plenamente sincero. Y no me refiero a lo que cursimente se suele denominar crítica constructiva. Me refiero al hecho de criticar por criticar, sin ninguna finalidad más allá del hecho de sentir placer o al menos cierto sentimiento de confidencialidad con nuestros acólitos del chisme en cuestión. 

Para entendernos, lo que se llama cortar trajes si trabajar en una sastrería. Lo que nos gusta es hablar de alguien que no está presente y presumir de que conocemos a la persona en cuestión mejor que ella misma. Y si esa persona se acaba de ir tras haber estado departiendo con nosotros, supone un subidón añadido al chismorreo cuya sensación puede ser equiparable a lo que Baudelaire referenciaba de alguna que otra sustancia opiácea.

Y aquí entramos en otro aspecto del chismorreo y no es otro que el de su adicción. Hay quién no puede evitarlo. El chisme se adueña de la persona y la arrastra hacia ciénagas profundas a modo de compulsión irrefrenable. Ya no se pueden sustraer a lo inevitable y siempre sucumben a la tentación de chismorrear de alguien o mejor dicho de todo el mundo.

En esto hay categorías. En la cima encontramos aquellos que a su predisposición al chismorreo se une una verborrea sin fin. Son capaces de criticar a varias personas al mismo tiempo y sin un horizonte próximo para concluir. El Nodo de antaño a su lado no pasa de ser una información escasa e irrelevante. En fin, el chismorreo ha venido para quedarse.

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