Diario de León

TRIBUNA

TRIBUNA | La grandeza de un gorro cuartelero

La Humanidad es el conjunto de seres creados por el Sumo Hacedor, y dotada de un alma destinada a amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Dentro de esa acepción cabe la deriva de humanidad con minúscula, para los términos de convivencia, fraternidad, compasión, solidaridad y afecto. Es decir, podemos ser mucha gente en el mundo y debemos ser intersolidarios en él; es una pena que no se produzca ese ecuménico abrazo. Al contrario, estamos a tortazo limpio, hasta el extremo de que hace unas semanas se habló del peligro de una conflagración —más o menos mundial— por un quítame allá esas pajas… de petróleos y otros productos golosos, frecuentemente relacionados con la cibernética.   He procurado apuntarme a la realidad del ambiente, ni todo es frío, ni todo es calor. Tengo amistades que me explican la variabilidad bursátil e igualmente cuento con personas que me ponen al día de lo difícil que resulta esconder un albondigón de carne picada entre las dos paredes de un panecillo. Éstos, los pragmáticos, me conmueven… no pude por menos de echar mano de algún fondo de mi monedero, para aliviar a uno de ellos. Y la verdad, me sorprendió que tapara sus fríos con un chaquetón que en tiempos pudo haber sido de lo militar… a lo mejor legionario. Entre las evocaciones castrenses de él y la nostalgia de mi paso por la Mili, con estrella de seis picos en el gorro cuartelero con filamentos de oro, a mis veinte años y en el Campamento zamorano de Montelarreina. Sobre la memoria de los tiempos aquellos, sobrevoló el eco de otras calendas lejanas y otros hitos de amor a España.   Pasaron los días, los años y las memorias doradas. Mi interlocutor ocasional, del chaquetón ¿militar?, y yo, continuamos nuestros caminos y las chispas de un dialogo breve y afectivo, los domingos y fiestas de guardar. Él con la mano tendida, yo con el pensamiento en lo grandioso de mi templo, para orar y meditar; hoy hay que vencer a toda costa la ignorancia generalizada, de casi todos los males, que nos impide ver con claridad el valor de las cosas realmente indispensables: la caridad cristiana, el amor a la familia; la solidaridad y la amistad de ésta… Todo ello, junto al acicate de la labor de cada día mirando al Cielo. Y ayudando al prójimo en sus apremios y dificultades.   (El amigo del chaquetón gastado me ha sorprendido con un regalo; hace unas semanas puso en mis manos una bolsa que contenía un gorro cuartelero nuevo, lleno de bondad y emotividad; un gorro con filamentos de oro. Tal vez del oro que Dios quiso que llamásemos Caridad).

Publicado por
Enrique Cimas | Periodista
León

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