Diario de León

TRIBUNA

TRIBUNA | Un corazón solitario

La preocupación desordenada por uno mismo es la que nos lleva a tender los obstáculos que nos apartan de una convivencia sencilla con los demás

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Publicado por
ENRIQUE MENDOZA DÍAZ | Abogado
León

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Un no puede coger su propia vida y considerarla desligada de toda una serie de maravillosos vínculos que nos ayudan, nos cobijan y que nos sirven también para ejercitar nuestra capacidad de ayuda, de solicitud para con los demás. Como dice Antonio Machado: «Poned atención: un corazón solitario no es un corazón». La vida de cada uno de nosotros es importante desde el punto de vista de los demás, y conviene no perder el propio fuego, porque puede haber otros que lo necesiten; ese fuego modesto, ese fuego humilde, puede ser necesario. Muchos han tenido en la vida ilusiones, pero no la paciencia necesaria para que estas ilusiones llegasen a convertirse en realidad. El mundo está lleno de desencantos, gente que ha ido a parar de la desilusión a la tristeza, al resentimiento, a la amargura, porque tuvo ilusiones de verdad, ilusiones de belleza, ilusiones de amor, pero no tuvo esa otra actitud indispensable en el ánimo del hombre sereno, que es la paciencia. Sin serenidad, nuestro vivir se empobrece, y, al empobrecerse, la vida va perdiendo poco a poco alegría, va perdiendo poco a poco intensidad y atractivo.

La preocupación desordenada por uno mismo es la que nos lleva a tender los obstáculos que nos apartan de una convivencia sencilla con los demás. Nos estamos convirtiendo en una civilización de malas maneras y palabras, como si fuese un signo de emancipación. Lo escuchamos decir muchas veces, incluso públicamente. La amabilidad y dar las gracias son vistas como un signo de debilidad, y a veces suscitan incluso desconfianza. Esta tendencia se debe contrarrestar en el día-a-día de la familia: gratitud, reconocimiento. La dignidad de la persona y la justicia social pasan, ambas, por esto. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo perderá.

En la convivencia establecemos unas zonas de alejamiento o de precaución. Empalizadas de suspicacias, de complicaciones, de recelos, de sospecha. Clasificamos a alguien con solo nuestro modo de mirarle: a la fuerza hace esto, por esto; hace aquello, por alguna razón interesada. Entonces se produce con frecuencia una artificial incompatibilidad. Interesante descubrir cuáles son las fronteras que nos separan a unos de otros. El prejuicio nos separa a los unos de los otros, creando abismos de división, y también, a la larga, creando una cierta indiferencia o un cierto pesimismo respecto de nuestras posibilidades de convivir. 

A veces, tratamos con brusquedad a las personas y a las cosas; en ocasiones, tratamos con falta de respeto a lo que hay a nuestro alrededor. La brusquedad, la falta de respeto, la impaciencia, en definitiva, va poco a poco empobreciéndonos, porque hacen que el mundo se cierre a nuestro alrededor, dejándonos en un crispado aislamiento, alejados de muchos alimentos necesarios para dar sentido a la vida. Quizá no todos podamos encontrar la palabra que produce la alegría, pero si podemos evitar la palabra que produce la tristeza. Quizá no podamos tomar las decisiones que conducen al establecimiento de la justicia, pero si podemos intentar evitar la injusticia en nuestras relaciones cotidianas.

Si queremos convivir hace falta que ejercitemos la comprensión y la paciencia de aceptar la realidad. Sin paciencia no se puede amar, sin paciencia no se puede comprender, sin paciencia no se puede respetar, ni aprender, ni enseñar. Un hombre con paz en el alma es un hombre sencillo en la convivencia, poco vulnerable a las heridas, porque no tiene casi blanco para que le hieran. Convivir es un arte. Un arte en el que hay que ejercitar, día a día, la paciencia. Aprender a respetar, a comprender. Aprender a disculpar. Aprender a aceptar a la gente como es.

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