Diario de León
Publicado por
José María Prieto Serra
León

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No era leonés pero por su venas corría sangre de León. Mucha de su familia era oriunda del Bierzo, concretamente de Villafranca. La llevaba en el alma pero nunca hacía alarde de ello. Comenzó a amarla cuando era niño y llegó a escribir un libro delicioso llamado Historia de mi pueblo. Aunque su vocación literaria le enamoraba, estudió derecho y se licenció por dar gusto a su padre, que le quería abogado. Pero los libros, la literatura, y el mundo de las letras le fascinaban. Tenía además, vocación pedagógica que desarrolló en Estados Unidos, una vez terminada su carrera de Derecho, durante doce años. Se casó en San Antonio, Texas, después de haber enseñado literatura española en universidades norteamericanas. Le gustaba la cultura de allí y era feliz explicando y enseñando la historia y la literatura de aquí.

Hablaba maravillas de Ricardo Gullón, astorgano, crítico literario de enorme prestigio, académico de la Lengua y Leonés del año, quien le ayudó e introdujo en las universidades USA, en su etapa americana. Ricardo Gullón era su tío y maestro. Para Ricardo Gullón, este hombre bueno, era un diamante que había que cultivar.

Regresó a España, cuando sus hijos iban creciendo y aquí le contrataron como director de la Universidad de Tortosa (Tarragona), perteneciente a la Uned. Introdujo allí el pragmatismo y la calidad de la enseñanza norteamericana y rápidamente se ganó el respeto de alumnos y profesorado de esa Universidad y de los habitantes de la ciudad de Tortosa. Fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad, con la aprobación y entusiasmo de todas, todas, las fuerzas políticas de la ciudad. Absoluta unanimidad. Algo inconcebible, lograr ese acuerdo unánime en concederle el galardón pero que demuestra que la calidad profesional y desde luego humana de este hombre bueno sobrepasaba todos los registros.

Derrochaba amor hacia su familia y hacia sus amigos. Siempre se le escuchaba con silenciosa atención, sabiendo que los juicios que emitía, de cualquier disciplina, eran siempre moderados y cargados de razón. Era seguramente una de las dos o tres personas que más sabían de Pío Baroja en España. Cualidad poco reconocida en nuestro propio país como suele pasar siempre en España con sus hijos más brillantes. Una verdadera pena. Un auténtico experto en ese genio literario, hasta el punto de crear él mismo un blog llamado El Barojiano , donde volcaba sus conocimientos y estudios sobre Pío Baroja, e interactuaba con los amantes de Don Pío. Como no, escribió libros sobre la obra del escritor donostiarra componente de la fantástica generación española del 98.

Este hombre bueno, que, desde hace unos días ya no está con nosotros, tenía una secreta vocación que nunca mostraba en público. Se desvivía, con tal de ayudar a la gente que le pedía consejo. Especialmente en temas literarios que eran su gran pasión.

Otra de sus pasiones era el Atlético de Madrid. Muy seguidor de ese club, conocía a la perfección su historia y los jugadores que desde siempre, habían formado parte de ese club.

No hay muchos hombres así. Y cuando aparece uno, hay que conservarlo y conservar su memoria por siempre. Era un enamorado de España a la que reprochaba los defectos que él pensaba que tenía pero que al mismo tiempo ensalzaba sus virtudes y las proclamaba allá donde estuviera.

Esta claro que estas personas, de verdad, llegan a ser personajes, aunque no siempre conocidos por el gran público y nunca buscada esa condición por ellos mismos. Suelen ser, son campeones en humildad y rechazan por vergüenza cualquier condecoración o nombramiento. Ellos viven su vida y desarrollan sus inquietudes intelectuales para aquellos que realmente se sienten interesados por ese mundo.

Su legado intelectual es de enorme categoría. Y ese, su legado, siempre estará con nosotros. El hombre bueno, ya no.

Se llamaba Javier Martínez Palacio y era muy de verdad, ¡un hombre bueno!

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