Diario de León
Publicado por
Marías González, sociólogo
León

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Tengo la suerte de vivir en una aldea, una de esas miles que dicen los pregoneros de la Corte que se vacían en esta Zombi-Spaña, de nuestras entretelas  y en este Llión, de nuestros retrancas. Y la tengo a pesar de los tractoristas desaforados que discurren diariamente por sus desbarrigadas calles como si de un circuito clandestino de gymkana cabestra se tratara. 

Debe ser que como apenas hay niños y los abuelos no se atreven a salir de casa, los tractoristas no reparan en el peligro que suponen para la seguridad de los peatones, incluidos mininos y caniches y la molestia que ocasionan a los que gozan del sosiego y del silencio.  Y la tengo, porque aunque parezca cínico decirlo, cuanto menos somos, más nos toca a cada uno de lo que tenemos. 

Que se sigan mudando a la ciudad los nuevos aspirantes a urbanícolas señoriles. Si de lo que se trata es de disponer de un kilómetro de escaparates al día  y de una tonelada de bullicio  por minuto, allí estarán a gusto. Con su pan se coman las vigilias que les aguardan con los ruideríos  del vecino en el pisito de cartón yeso y  las toneladas  de CO2  por esas calles atestadas de vehículos humofílicos. 

Que no será porque el currelo solo se encuentra en las ciudades, no les llevaré la contraria. Pero hoy día, con dos vehículos por familia, ya me dirás lo que cuesta moverse  unos kilómetros de nada. Los emigrantes, más necesitados, ya empiezan a verlo y enraízan en los pueblos de la periferia de la urbe. Quizás porque siguen pensando que es mejor una casona en el pueblo, con su corral y su huerto, con sus frutales y sus gallinas, su jardincito y sus verduras que no el pisito de carton-yeso. 

  Que sí, que a los  diez años ha subido un 50% el patrimonio de su dueño pero ha bajado un 60% su reserva de anticuerpos. Puestos a elegir me quedo con esas pequeñas mediociudades, cabeceras de comarca, que llaman los urbanistas, capitales de municipio, al menos, que pueden ofrecer el abanico perfecto de servicios para una vida plácida, equilibrada y serena. Localidades de esas, abundan como setas en nuestra tierra llionesa. Me fijaré en dos de ellas, para mostraros como no se puede hacer mejor elección. 

Villadangos del Páramo, la primera, un municipio espoleado por su polígono industrial que le permite obtener unos ingresos crecientes a su Gobierno y doblar los servicios cada año. A 15 minutos en coche de león, 20 servicio de autobús al dia, casas de 500 metros a 50.000 euros, supermercado, farmacia, 2 oficinas bancarias, panadería, carnicería, tres bares restaurante, pescadero y verdulero a domicilio,  mercadillo textil agrícola, un día a la semana, biblioteca, cibercentro, gimnasio, centro cívico, centro sanitario, ayuntamiento, escuela de ESO, calles pavimentadas con adoquín térmico, ¿qué más puede pedirse para una vida regalada? Otro tanto podría decir de Benavides de Órbigo, cabeza de comarca en la Ribera del Órbigo.

Cada mañana he tomado la costumbre de conducir mi automóvil  hasta un paraje, al lado del cauce del Órbigo, en Santa Marina del Rey, sombreado por los frescas hojas de los choperas, ambientado por las cristalinos murmullos del agua  en la que se deslizan vivaces la truchas.

Camino a marcha atlética por la hermosa ribera, siempre verdeante, con sus maizales y lupuleras, hasta la vecina Benavides y desembarco, con el corazón palpitante y las tobillos molidos,  en el hermoso edificio, antiguo casino de la localidad hoy biblioteca pública y cibercentro  de Benavides.

No puedo imaginar una actividad más estimulante, salud y cultura y naturaleza  para un jubilado y para todo el que se lo proponga. Y ahora nos ponen autobús gratis.

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