Diario de León

Villadangos del Páramo: una conspiración de silencio

Publicado por
Emilio Silva Barrera
León

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En la película Conspiración de silencio (1955) el actor Spencer Tracy encarna a un oficial del ejército de Estados Unidos al que un joven japonés salvó la vida en Europa, en la Segunda Guerra Mundial. Ese oficial viaja hasta un pueblo perdido para entregar personalmente la medalla al padre del joven héroe. Cuando baja del tren en el apeadero y empieza a preguntar por el agricultor japonés, todos comienzan a disuadirle de la posibilidad de encontrar a ese hombre. Le dicen que es imposible llegar hasta donde vive, que quizá no esté en casa, que hace tiempo que no se le ve, utilizando cualquier tipo de excusa para que no vaya a verlo.

Una auténtica conspiración de silencio solo para ocultarle que, cuando el ejército japonés atacó Pearl Harbour, el cacique del pueblo lo asesinó como represalia por algo en lo que ese pobre agricultor emigrante no había tenido nada que ver.

En Villadangos del Páramo ha ocurrido conspiración de silencios. Desde hace años algunas familias, de las al menos 86 personas que fueron asesinadas allí por los golpistas, han tratado de desentrañar y contrastar las versiones dispares que han recibido cuando han querido averiguar qué ocurrió con los cuerpos de sus seres queridos. Las informaciones, ocultaciones e invitaciones a dejar de buscarlos se repitieron cuando llegaron al ayuntamiento las gestiones para intervenir en el cementerio, donde parecían apuntar algunos testimonios. Por suerte hay vecinos que han colaborado en la búsqueda. Pero cuando el alcalde no consiguió frenar, con numerosos trámites burocráticos, la legítima demanda de las familias, alguien se sacó de la manga un referéndum que tenía por objeto negar un derecho y disfrazarlo de decisión democrática.

Las familias de los desaparecidos por la represión franquista soportaron cuarenta años de dictadura, de desprecio de las autoridades, de falta de oportunidades, de terror. Cuando regresó la democracia, tras la muerte del dictador, las élites españolas llamaron reconciliación a la condena de miles de familias a no saber, a no ser reparadas, a no ser cuidadas por el Estado

Lo ocurrido allí explica muchas cosas, pero la más dolorosa es el hecho de que las familias de los desaparecidos por la represión franquista han tenido que vivir desamparados por el Estado democrático durante décadas. ¿Alguien se imagina al familiar de una víctima del terrorismo tratando por su cuenta de resolver el crimen y encontrar el cadáver de su ser querido para enterrarlo y honrarlo dignamente?

Las familias de los desaparecidos por la represión franquista soportaron cuarenta años de dictadura, de desprecio de las autoridades, de falta de oportunidades, de terror. Cuando regresó la democracia, tras la muerte del dictador, las élites españolas llamaron reconciliación a la condena de miles de familias a no saber, a no ser reparadas, a no ser cuidadas por el Estado.

La historia de las familias que durante años han acudido a Villadangos en busca de un hilo del que tirar es la historia de uno de los grandes abandonos de nuestra democracia. Es también la historia de uno de los mayores desamparos y debería ser la vergüenza de todas las instituciones que pudiendo ayudar no lo han hecho.

Las desapariciones forzadas son los crímenes de mayor gravedad. Nada peor se le puede hacer a un ser humano. Los detiene alguien que no tiene autoridad para hacerlo, grupos de golpistas y pistoleros falangistas; los torturan psicológica y físicamente; los asesinan y después ocultan sus cadáveres, para negarles el recuerdo de haber existido y multiplicar el terror entre sus familiares, sus amigos y compañeros. Naciones Unidas los considera crímenes permanentes. Eso significa que hoy, que mañana, seguirán desapareciendo miles de personas asesinadas por los golpistas de 1936.

Cuando el dictador Francisco Franco proclamó la victoria de su golpe de Estado convirtió este país en un régimen de apartheid. Para unos, los suyos, las administraciones de lotería, los estancos, los puestos de funcionario, las becas escolares, las gasolineras…. Para otros, el miedo el saqueo, el abandono forzado de las escuelas, la vuelta al trabajo y la explotación infantil y la emigración económica como forma de destierro político y civil. El franquismo hizo esas políticas de reparación con el dinero de todos, pero sólo para unos.

Quienes permanecen en las fosas comparten la decisión de no haber apoyado un golpe de Estado, de no haber elegido colaborar en la construcción de una dictadura, de no haber participado de la primera gran victoria del fascismo europeo, ocurrida en España.

Ahora las familias y la sociedad civil, representada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, van a buscar a esas personas, van a tratar de construir una reparación. Lo van a hacer con recursos de personas que apoyan esa causa.

La mejor política de memoria es la justicia. Es la herramienta que han construido los países democráticos para conocer la verdad, para condenar los crímenes, para repararlos. Pero las víctimas de la dictadura franquista nunca la han conocido. Muchas han muerto esperando a un Estado que nunca llegó a sus vidas, que nunca se ocupó del daño que padecieron, que protegió a los verdugos llamando reconciliación a la impunidad.

Es la historia de Rufino Juárez, que falleció el pasado septiembre con 86 años, después de décadas de búsqueda. Un hombre que tanto honró la memoria de su padre no estará en Villadangos viviendo la oportunidad de encontrarlo o al menos de saber definitivamente lo ocurrido. Las élites y el Estado han seguido impasibles su hoja de ruta; que mueran en silencio los hijos y las hijas, los herederos directos. Piensan quizá que con eso se apagará o se enfriará la memoria y la impunidad se hará más compacta e irrompible. Pero el viaje hacia la dignidad humana que emprendieron quienes hoy están en las fosas por haber defendido la democracia es un camino repleto de semillas. Y pase lo que pase, la represión franquista ya no será el crimen perfecto que ha sido durante décadas.

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