Diario de León
Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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A caba de ser elegida como el pueblo más bello de Castilla y León. Y eso es mucho, porque nuestra autonomía es muy rica en villas hermosas. Entre el trigo y los pinares, las riberas y las montañas, ahí están Covarrubias, Urueña, Lerma, Almazán, El Burgo de Osma, Sepúlveda, Medina de Rioseco, Paredes de Nava, Pedraza de la Sierra… Una lista sensacional, en la que Villafranca del Bierzo ha sido distinguida como «primus inter pares». Ello le da visibilidad y es motivo de alegría para los villafranquinos, los bercianos y los leoneses.

Villafranca es un lugar diferente. Su gran riqueza monumental, su raíz jacobea, sus dos ríos, su pasado romántico, su arraigado civismo, sus praderas y alamedas, su piedra y su vino, conforman un escenario privilegiado. Esa pequeña ciudad, además, llegó a ser capital de provincia en el trienio liberal 1820-1823, y fue una de las muy pocas que sería suprimida. Esa provincia del Bierzo que, andando el tiempo, y llegados a la Constitución de 1978, habría planteado muchas dudas a la hora de adscribirla a Galicia o a Castilla y León. No siendo tan improbable que hubiese alcanzado la condición de comunidad autónoma uniprovincial, como sucedió con la Rioja. Puestos a soñar…

Villafranca es un lugar en el que uno se siente feliz en cuanto llega. Eso que uno de sus hijos más recordados –el escritor Antonio Pereira- contaba de Portugal. Portugal es la puerta de la felicidad (por algo acaba de ser reconocido como el mejor destino turístico del planeta) y también lo es Villafranca, en pequeño formato. Aparecer en Villafranca, sea uno extranjero o español, leonés o de cualquier otra parte del mundo, es encontrar un sitio lleno de encanto y de verdad. Y todo con un cierto aire de misterio. No es el misterio de las novelas de espías, sino el propio del aire y el agua, de los árboles y el tiempo. Sí, Villafranca tiene un trato diferente con el tiempo. Eso lo sintieron e interpretaron sus hijos más creativos. Villafranca es un estilo, un modo de estar en el mundo. Por eso Ramón Carnicer nunca dejó su acento villafranquino en sus setenta años vividos en Barcelona. Y Antonio Pereira convirtió su pueblo en un subyugante territorio literario. Por eso entre sus escasos vecinos han nacido tantos escritores, empezando por el gran Enrique Gil y Carrasco. Antorcha que hoy lleva, con gran mérito, Juan Carlos Mestre. ¿Qué sucede en esa villa lenta para que haya tantas personas con una sensibilidad tan elevada, inteligente y graciosa?

Ese misterio nunca se podrá desvelar. Y eso constituye uno de los grandes encantos de Villafranca. Nunca le pillaremos su secreto. Pero, a cambio, la ciudad, siempre nos acogerá con el máximo cariño. Con una copa de mencía y con ese viejo fruto que tanto admiramos y que tanto se echa de menos en otras partes. El que conjugan en Villafranca la ironía, la niebla, el pan y el humor.

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