Diario de León
Publicado por
Matías González, sociólogo
León

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Hasta ayer mismo, yo era de los que pensaba que la grave cadena de errores cometidos por el Gobierno en la crisis del coronavirus no le causaría un deterioro significativo ante una posible consulta electoral. Es tan poderosa la tendencia a tergiversar la realidad por parte del partido que gobierna y tan poderosos los medios a su servicio que no me parecía tarea imposible.

Casi todas las cadenas de televisión se encuentran entre ellos y una buena parte de las emisoras de radio y medios de prensa, lo que demuestra la incompetencia del Gobierno de Rajoy Brey en sus años de ejecutivo. A mayores, los miles de activistas de internet que fervorosamente se ocupan de difundir toda clase de infundios con tal de perjudicar a sus adversarios.

Esa estrategia de culpar a los demás de los males del PSOE la inventó el señor González Marquez en su Docenato socialista de los años ochenta-noventa, en lo que se llamó del «ventilador de mierda», con perdón. Así que estaba pensando que, una vez mas, el burdo libelo de echar la culpa de los estragos del coronavirus a los recortes de Rajoy, que tan divinamente les funciono para llegar donde están, podría seguir teniendo utilidad en esta nueva coyuntura critica. Inútil es rebatir, a esos indocumentados, que los recortes de Rajoy Brey fueron necesarios para evitar la bancarrota del Estado causada por la política insensata de su antecesor el señor Rodríguez Zapatero. Y que esa bancarrota suponía pedir el rescate a Europa a cambio de bajar un 20% los salarios, las pensiones, las subvencione, los servicios y ajustes aún mayores en déficit y deuda del estado.

Inútil es rebatir, a esos indocumentados, que los recortes de Rajoy fueron necesarios para por la bancarrota del Estado por la política insensata de Zapatero

Para una ciudadanía tan aborregada como la española, intoxicada por la propaganda asquerosa de esas televisiones arrodilladas ante el Gobierno como perros serviles, e incapaz de abandonar la rodera de sus sectarismos y de acordarse de los que pasó mas allá de hace tres meses, hilar ese razonamiento es pedir lo imposible.

Pero en esto que recordé algo que, a mi modo de entender ahora, puede hacer inútil, por una vez, esa astrosa tendencia a la propaganda barata del PSOE y su aliado. Quizás por esta vez la contundencia de los hechos se haga tan notoria que impida cualquier tergiversación por mucho que campaneen las televisiones y los periodistas-babosa servilmente manumitidos.

El hecho del que hablo es ese reguero de miles, ya largos, de intoxicados por el virus. De esa decena, ya larga, de miles de difuntos que ha dejado su paso, a fecha de hoy. De esos muchos más miles de hijos, nietos, hermanos, cónyugues, primos, sobrinos, amigos, ellos y ellas, de los afectados por el virus, en cualquiera de sus grados, en sus casas o en los hospitales. De ese casi millón de damnificados que han tenidos que tomar parte en ese siniestra tragedia de la peste vírica. Que han tenido que afrontar la pesadilla de lidiar con la enfermedad, como pacientes o acompañantes, en esos hospitales descuajaringados por la criminal imprevisión de las autoridades sanitarias.

Que han tenido que cruzarse por el camino con esos enfermos agonizante en camas desparramadas por los pasillos. Que han tenido que tratar con esos sanitarios desesperados por la ingente tarea y asustados por su propia supervivencia ante la falta de medios de defensa. Que han tenido que sobrellevar la agonía de familiares en las ucis sin poder estar presentes para aliviar su sufrimiento. Recoger a hurtadillas a los pobres fallecidos en las sórdidas morgues improvisadas en palacios de hielo. Enterrar a los seres queridos en secreto como infames apestados de lepra.

Los que han tenido que vivir esa historia de terror que creían solo era posible en las películas de catástrofes de Hollywood no van a olvidarlo. Y no van a dejar de ajustar cuentas a quienes animaron con imprudencia criminal a los ciudadanos a participar alegremente en las gloriosa jornada de exaltación feminista del domingo día ocho de marzo, cuando ya había docenas de muertos en Italia.

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