Diario de León
Publicado por
Andrés Mures Quinatan, analista político y diplomado en relaciones internacionales
León

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En la madrugada del día 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas de la Wehrmacht, apoyadas por los carros de la Panzerwaffe, traspasaron la frontera polaca y en un mes destrozaron al ejército de Polonia, infinitamente inferior al potencial que desplegó Alemania en esta invasión y ocupación relámpago.

Siguiendo el Plan Fall Weiss del general Heinz Guderian, el 6 de octubre, las divisiones alemanas habían ocupado toda Polonia, excepto la parte oriental (zonas de la Bielorrusia actual) que quedó en poder del ejército ruso, que se había afanado igualmente en ocupar las tierras orientales polacas. Los rusos (masacre de Katyn) se comportaron tan salvajes como los alemanes. Casi 83 años después, la historia se repite, sólo que en esta ocasión la víctima es una país que desde el final de la II Guerra Mundial se había movido dentro de la órbita soviética. El 24 de agosto de 1991, el Parlamento ucraniano aprobó por unanimidad el Acta de Proclamación de Independencia. La antigua “colonia” ruso-soviética se convertía de hecho en un estado independiente y democrático.

Hoy, en pleno siglo XXI, en el corazón de Europa, compuesta de países libres y democráticos en su inmensa mayoría, asistimos con incredulidad ante lo que ven nuestros ojos, a un horror que aumenta con el paso de los días atizado por la locura desatada de un ser maléfico, Vladimir Putin, que nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que pretende con esta ola gigante de destrucción y crimen.

Los modernos sistemas de comunicación y las más sofisticadas redes sociales, amén de los satélites espías que surcan el firmamento, nos muestran minuto a minuto estragos impensables hace solamente unos meses.

Progresivamente, la mente criminal de los jerarcas del Kremlin encabezados por este loco furioso, ha desatado el caos en todo el mundo. Cierto que la peor parte se la llevan los pobres ucranianos que huyen por cientos de miles escapando de un holocausto sangriento. En la era de las sofisticaciones técnicas más atrevidas, incluso para la mente prodigiosa de un Julio Verne, de los smatphones de última generación, de la movilidad eléctrica, de la pila de hidrógeno, de los drones, en fin, de la inteligencia artificial y la robótica más avanzada, los peores instintos de la mente humana, encarnados en el Politburó comunista, afloran con una virulencia absolutamente demencial.

Putin, aupado primero y apoyado ahora por una corte de oligarcas sin escrúpulos, pretende resucitar la Gran Rusia anterior a la Perestroika. No lo tiene fácil; a diferencia de los tiempos de la guerra fría (1945-1985) hoy el mundo occidental y principalmente Europa, están más preparados, si bien es cierto que la unión entre las potencias que encarnan la democracia como valor fundamental de su existencia como estados soberanos, deja bastante que desear.

Cuando termine esta barbarie, que es imposible predecir, el mundo habrá entrado en una nueva era. La globalización hace que lo que ocurre en el centro de Europa tenga repercusión en Hong Kong, por ejemplo, en Sudáfrica, en la Patagonia argentina o en la Columbia británica de la costa oeste de Canadá. Nadie puede evadirse de los vaivenes de la política internacional.

Hoy, tres potencias, Rusia, EE UU y China son protagonistas principales de un nuevo orden, y los demás bailan al son de cada uno de ellos. Al producirse una chispa en este equilibrio de precaria estabilidad, todo puede venirse abajo en corto espacio de tiempo. La invasión de Ucrania persigue fines siniestros que pasan por la azotea de un demente imperialista como Putin. Estados Unidos, de la mano temblorosa de un anciano octogenario se pone de perfil en alguna medida, siguiendo la senda marcada por Trumpo respecto a Europa: “que se arreglen entre ellos”. Estamos ante el fin que marcó en 1945 el Armisticio de Reims (General Montgomery) y el posterior Documento de Berlín (EE UU, Francia, Reino Unido y la URSS). Las consecuencias sociales de la guerra de Ucrania son por sí mismas sobrecogedoras; posiblemente se llegue a los cuatro millones de desplazados. Ucrania quedará anexionada como un satélite de Rusia, como ha pasado anteriormente con Chechenia, Georgia y Crimea. Veremos a ver qué les espera a Polonia, Hungría, Moldavia y Rumanía, por no citar a Suecia y Finlandia. Los líderes europeos están en parte contra la pared, puesto que se enfrentan a un nuevo Hitler que ya ha dado suficientes muestras de su delirio imperialista. La amenaza nuclear está en la mente de todos, y los efectos económicos en cascada, están siendo literalmente devastadores. Probablemente Putin sólo entiende el “ojo por ojo, pero sus consecuencias son, o pueden ser, simplemente apocalípticas.

España, para desgracia y desdoro de sus habitantes, tiene un presidente fantástico que siempre llega a todo mal y tarde; mientras, los comunistas que le acompañan en el Consejo mantienen una postura de absoluta desvergüenza digna de una reprobación total.

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