Construcción, agricultura y servicios son los principales sectores donde se colocan
La integración se traduce ya en 66 contratos a residentes del Pozo
Diecinueve de ellos han encontrado empleo en otras provincias de España y el resto, en León

Dadui, Tsaulibaly, Balla Sanyang, Chiekhdiong y Muussa (agachado). F. Otero Perandones.
Tsaulibaly, Muussa, Dadio y Chiekhdiong son cuatro de los 217 residentes del Hotel del Pozo que aspiran a un trabajo que les abra las puertas a una vida independiente y, por fin, propia. Con 26, 24, 22 y 28 años, buscan un futuro lejos de países africanos como Mali y Senegal donde carecían de presente. Y no les queda otra que confiar. Saben que 66 refugiados que compartieron espacio en esas mismas instalaciones de Villarrodrigo de las Regueras ya han logrado uno de los preciados contratos que da carta de libertad y ahora perciben una remuneración en empresas relacionadas con la construcción, la agricultura y los servicios.
Cincuenta y cinco de los trabajadores viven ya en pisos: 31 en León capital, cinco en la provincia y otros 19 en diferentes puntos de España. El trabajo manda. Los otros once aún comparten las habitaciones triples del Hotel del Pozo que les ha facilitado el Programa de Protección Internacional (PPI) que gestiona la Fundación de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Están a la espera de recibir el primer pago en sus empleos para emprender el vuelo, nueve de ellos en León ciudad y otros dos en el muncipio de Villaquilambre, según los datos facilitados por la institución.
Muussa cree que logrará plaza en la construcción, aunque él trabajaba como agricultor en su tierra natal. Llegó hace siete meses y en su incipiente español asegura «bien, bien, todo bien en León». Cree que quedarse o irse «depende de la suerte de cada uno» y si salen oportunidades en «Barcelona o Almería». Un poco en francés y otro poco en inglés, el grupo repite que el «frío no es problema», exhibiendo los guantes de las manos y los anoraks. Tsaulibaly y Dadio quieren incorporarse como conductores de camión y Chiekhdiong, que era pescador, no sabe.
Con ellos llega Balla Sanyang, de 17 años, procedente de Gambia. Explica que cruzó en cayuco, como la mayoría de ellos, desde Marruecos a Algeciras. Viajaban 300 personas y la travesía por el mar se prolongó 8 días en que los «biscuits y un poco de agua» sirvieron de apoyo al estómago. Con ojos inteligentes y capacidad de hacerse entender, señala que todos los domingos se acerca en bicicleta a una iglesia cercana para acudir a misa y su sonrisa se ilumina cuando habla de fútbol y baloncesto. «León es genial», dice. De hecho, trece residentes del Hotel del Pozo juegan en equipos como la Cultural, la Peña o el San Feliz.
Makan, de Mali, ejemplifica la integración que persigue el PPI. Logró un puesto en una empresa local que fabrica paredes, baños y encimeras de cocina con mármol y granito. Al principio recorría en patinete eléctrico la corta distancia que separaba el hotel y la fábrica en un patinete eléctrico y asegura sentirse «contento de estar trabajando», en un español titubeante.
Precisamente la inmersión en el idioma es uno de los retos del programa. Todos admiten que acuden a las clases de español. El otro reto es ayudarles a que reciban la autorización para empezar a trabajar y ofrecerles cursos de formación a través del Ecyl, Cruz Roja, Cáritas y otras organizaciones.
El Centro de Refugiados Temporal acogió a los primeros 40 inmigrantes el 21 de junio de 2024. La planificación de su día a día pivota sobre 35 expertos, entre ellos, tres profesores de idiomas, pero también integradores, trabajadores sociales, un psicólogo, un abogado, un técnico de vivienda y orientadores laborales, además de otras quince personas que se encargan de la recepción, limpieza, seguridad y comidas.. Los primeros procedían del saturado Centro de Emergencia, Acogida y Derivación de Alcalá de Henares. Para acceder a un trabajo, la mejor manera de integración, necesitan lograr la carta de asilo que acredita que llevan seis meses.