Las levas de la violencia
Bajo la faz de la tierra leonesa hay una sucesión de batallas, asedios y escenas de represión que describen la psicología de sus moradores, sus debilidades físicas y sus fortalezas psicológicas, las razones de los perdedores y las mentiras que los vencedores impusieron. Trincheras, fuego, lanzas... los materiales del conflicto son los mejores testigos de la historia

Imagen de una recreación de una batalla medieval
Dos décadas atrás, el suelo de Grajal de Campos se abrió y la tierra vomitó un osario en el paraje de Carcavada. Los expertos descubrieron que los vestigios pertenecían a la época altomedieval, con lo que podrían ser los restos de guerreros leoneses muertos durante la batalla en la que el rey Alfonso III venció a su hermano Bermudo ayudado por los musulmanes. La arqueología del conflicto, también llamado de la violencia, se ha convertido en una rama científica con la que es posible comprender de qué manera ha avanzado la civilización y qué culturas han tenido más relación con la violencia. El territorio de León devuelve los ecos de las antiguas batallas que forjaron la construcción del territorio. Asedios, conquistas, rafias, fosas comunes... las imágenes de la violencia se reproducen como si se tratara de hologramas que viajan en el tiempo y que tienen su correspondencia material en los yacimientos que la brutalidad sedimentó a lo largo de dos mil años. Porque la era actual de la inteligencia artificial se ha levantado sobre los sillares de la guerra y, mucho antes de la Guerra Civil, esta provincia fue escenario de luchas por el control.

Imagen aérea de Lancia
El gran yacimiento de León es Roma. Pero para entender hasta qué punto Roma en León es un centro neurálgico de la violencia hay que alejarse hacia las afueras, en un paseo que realizaron cientos, puede que miles de hombres para realizar las prácticas que les convertió en el arma de guerra más poderosa del mundo. Se trata de los campamentos de Santovenia de la Valdoncina y Trobajo del Camino, 18 en total, que fueron descubiertos por un equipo dirigido por el catedrático Ángel Morillo Cerdán. «León era un vivero de hombres para enviarlos a las campañas del norte de Europa», destaca el investigador, que explica que las levas pasaban alrededor de medio año en el campamento para convertirse en soldados. Resalta que al campamento llegaban hombres de todo el noroeste —cántabros, astures, galaicos— que luego se incorportaban a las legiones que hacían la guerra en Europa. «En Puerta Obispo se encontraron un montón de monedas de las campañas de Adriano en Britannia y que tuvieron que pertenecer a alguno de los soldados que regresó», explica Morillo, que asegura que estos legionarios formados en León también participaron en las guerras dacias y en el norte de África. «La existencia de campamentos para prácticas ha sido una cuestión a menudo soslayada en los estudios sobre arqueología militar, si bien recientemente ha recibido una mayor atención, ya que constituyen documentos de enorme interés de cara al conocimiento de las actividades del ejército romano en tiempos de paz», destaca el profesor.
Su función era el de servir para el entrenamiento a los soldados en el atrincheramientos, la excavación de fosos y elevación de terraplenes y empalizadas, que conforman el sistema defensivo de los campamentos, particularmente complejo en los ángulos redondeados, y las entradas. Y es que la castrametación era un parte importante de la formación y de la disciplina militar. «Se consideraba reflejo de la eficacia y la organización del ejército de Roma y de ahí que fuese practicada regularmente. Los tratados antiguos dejan constancia no solo de la importancia estratégica o para la seguridad de la construcción de los campamentos, sino también de su alto valor simbólico del poder imperial, del orden y la disciplina militar», añade el director de la investigación. Explica además, que este tipo de prácticas exigía un trabajo colectivo y coordinado que se relacionaba con el mantenimiento de la moral y la identidad, con el orden y la jerarquía.

La peña del Castro desvela cómo era la vida cotidiana en León
Morillo revela que lo que aún no se ha encontrado en el yacimiento de León es el hospital, el valetudinarium, si bien se cree que se encuentra en el cuadrante noroeste, entre San Isidoro y Puerta Castillo. Sin embargo, destaca que en Puente Castro aparecieron restos de una taberna médica, que pudo haber abierto un legionario militar a su regreso de alguna de las campañas militares. Este dato es reforzado por el arqueólogo Victorino García Marcos, que asegura que en 2001 durante las excavaciones de Ad Legionem se descubrieron instrumentales quirúrgicos que demostrarían la existencia de un cirujano. «Nunca descubriremos su nombre, pero siempre quedará como el médico del vicus de la Legio VII».
La Edad de Hierro
Antes de que Almanzor destruyera la muralla romana para que la posteridad pudiera admirar su poder, el fuego ya había creado sebes de violencia. Durante la Edad del Hierro, las montañas bercianas fueron escenario de refriegas y los castros prerromanos, testigos de conflictos entre tribus y del avance de Roma. El Castrelín de San Juan de Paluezas, en Borrenes, o el Castro de Peña Piñera, en Vega de Espinareda, presentan fortificaciones monumentales, murallas dobles y restos de incendios. Estas estructuras no eran simples asentamientos, sino refugios ante la amenaza del enemigo. Los arqueólogos han hallado proyectiles de honda y defensas quemadas, evidencias de asedios o destrucciones rituales. En estos lugares, la violencia no fue solo militar; también formaba parte de la organización social y del control del territorio. La guerra, para las comunidades astures, era una forma de afirmar identidad.

Imagen del cráneo trepanado de un guerrero hallado en Gormaz
La arqueología de la violencia permite comprender hasta qué punto la civilización se ha construido sobre ciclos de conflicto y de contención, su origen y desarrollo, y entender las causas en diferentes épocas y cómo ha evolucionado, interpretar el trauma social y ofrecer nuevas perspectivas. De esta manera es posible transformar la visión del conflicto y ofrecer perspectivas novedosas sobre su origen, desarrollo y consecuencias. El arqueólogo Juan Bautista Leoni diferencia en La arqueología y el estudio de los conflictos armados en contextos históricos y prehistóricos dos posturas académicas sobre las razones para el conflicto. Por un lado, están los que achacan la guerra a factores relacionadas con la psicología evolutiva y la sociobiología. Estos consideran que la propensión hacia la violencia colectiva mejoró la posibilidad de transmitir genes directamente, más allá de cualquier consideración del bienestar material y sin importar los valores culturales. Una segunda agrupa a los investigadores que adoptan enfoques de tipo materialista para explicar los orígenes y la ocurrencia de la guerra. Sostienen que solo se adopta cuando existe una necesidad acuciante de tierra, comida o algún otro recurso crítico.
No fue ninguna de las dos la que llevó, por ejemplo, al asalto de la judería de Puente Castro en 1196. Situada en las proximidades de la capital del reino, contaba con un innegable valor estratégico, al ejercer un control directo de la principal ruta de comunicación de la época: el Camino de Santiago. A finales del XII las tensiones políticas entre los reinos de León y Castilla, provocaron que un importante contingente militar bajo el mando del castellano Alfonso VIII se dirigiera a León contra el rey Alfonso IX. Las tropas castellanas, según las crónicas, asaltaron la judería, provocando grandes daños. Aunque estas impresiones cronísticas habían sido tomadas con cierto escepticismo por los historiadores, la arqueología las ha confirmado. Los trabajos desarrollados por los investigadores de la ULE han sacado a luz abundantes testimonios del asedio. Según los directores de la excavación, Raquel Martínez Peñín y Carlos Fernández Rodríguez, «llama poderosamente la atención el apreciable número de puntas de flecha que se hallan dispersas por el enclave y que evidencian la magnitud del asedio». Además, han aparecido restos de cota de malla, puntas de lanza o nueces de ballesta que refuerzan la imagen ofrecida por las crónicas y demuestran que la desocupación fue brutal.

Castillo de balboa, en el Bierzo
A nivel de los asentamientos, esta disciplina arqueológica considera que la existencia de estados de beligerancia suele manifestarse en la reorganización de los mismos. La presencia de fortificaciones para defender los asentamientos, la construcción de puestos de vigilancia, la selección de emplazamientos fácilmente defendibles (como lugares altos o de acceso dificultado por rasgos topográficos naturales) o que permiten controlar vías de circulación importantes, el establecimiento intencional de conexiones visuales entre distintos asentamientos, la concentración de la población en poblados o centros de mayor tamaño y el surgimiento de «tierras de nadie» entre conjuntos de asentamientos bien diferenciados, son algunas de las características más típicas que evidencian estados de conflicto. Es el caso de La Peña del Hombre, en La Ercina. Cuna de violencia intertribal en los confines del Esla, sus murallas, de piedra ciclópea, encierran huellas de una sociedad en tensión. Fue la puerta e los romanos hacia la Cordillera Cantábrica y recientes excavaciones han documentado niveles de incendio y una línea de muralla derrumbada, quizá resultado de un ataque entre comunidades vecinas. En este lugar remoto, la arqueología muestra cómo la violencia no siempre fue externa: también existieron conflictos internos por recursos y prestigio entre clanes de los astures. Los estudios han permitido saber que el castro sufrió un devastador incendio a finales del Siglo I a.C. que coincide con la conquista romana del territorio. Lo que sí está claro, es que una vez abandonado, en él se construyó una torre defensiva romana.
Transformación de la violencia
Y es que la crueldad tiene aristas históricas que permiten mostrar las diferentes épocas que ha atravesado la provincia. La arqueología de la violencia es un campo de estudio que se enfoca en los restos materiales de conflictos, agresión y poder para entender cómo la violencia ha afectado a las sociedades humanas a lo largo del tiempo. Analiza vestigios como huesos con fracturas, sitios de batalla, armamento y estructuras defensivas para interpretar las causas, desarrollo y consecuencias de la violencia en el pasado. Esta disciplina también busca comprender cómo la violencia se ha manifestado y transformado a través de la historia, ofreciendo nuevas perspectivas sobre el trauma social y las estrategias de conflicto.
Además, compensa las narrativas históricas que a menudo son escritas por los vencedores, por lo que permite revelar la perspectiva de los marginados, desmentir mitos y mostrar la complejidad de los conflictos desde una óptica más humana y cercana. Este área de conocimiento se centra en la experiencia vivida de la violencia, la coerción y la cautividad por lo que es capaz de arrojar luz sobre grupos históricamente marginados o «invisibles» en el registro histórico tradicional. También analiza una amplia variedad de contextos, como campos de batalla, lugares de represión, campos de concentración, fosas comunes y estructuras militares, para interpretar los restos materiales. ¿Qué pasó, por ejemplo con las guerras nobiliarias en el fin de la Edad Media? El Castillo de Balboa podría explicar parte de esta historia. En el extremo occidental de la provincia, entre montes y castaños, se alza esta fortaleza bajomedieval que conoció varios episodios de violencia durante las guerras entre linajes. Las excavaciones han revelado derrumbes de torres, niveles de incendio y cerámicas rotas bajo estratos de abandono. El castillo fue escenario de las disputas entre los condes de Luna y otras casas nobles durante el siglo XV. La violencia aquí fue política y feudal, expresión de un tiempo en que la autoridad se resolvía por las armas.
Los huesos hablan
La evidencia osteoarqueológica suele ser una vía muy útil para identificar situaciones de conflicto violento. La presencia de fracturas en antebrazos o en la parte frontal y lateral del cráneo, marcas de corte producto de la extracción del cuero cabelludo o de otros tipos de mutilación o toma de trofeos corporales, la distribución sesgada en términos de edad y sexo en la población funeraria —sobrerrepresentación de hombres adultos de edad apropiada para el combate— suelen ser interpretadas como correlatos de conflicto.

Imagen de uno de los cráneos que se encontraron en Grajal
Hace diez años, el profesor de la Universidad Luis Caro Dobón analizó el cráneo de un guerrero de la batalla de Gormaz. El análisis descubrió que el impacto le habría provocado una hemorragia interna. «Debió tener grandes dolores producidos por la presión intracraneal, lo que con toda probabilidad llevó a que le practicaran una trepanación». Sin embargo, murió a las pocas horas. En esta investigación, el antropólogo desenterró y estudió 301 individuos que vivían pegados a la guerra. Y es que no hay que olvidar que esta localidad, a la sombra de la fortaleza califal, era una disputada posición militar de frontera en la cabecera del Duero. La fortaleza de Gormaz fue construida por Al-Hakam II en el último tercio del siglo X, durante el califato de Córdoba, para reforzar su frontera al norte del Duero, debilitada por el empuje de los incipientes reinos cristianos. Sirvió de apoyo a Medinaceli, que era la capital de la Frontera Media Musulmana, a la vez que controlaba una de las rutas de acceso hacia el norte. En el año 1059 pasó a formar parte del reino de León en tiempos del rey Fernando I.
La arqueología de los campos de batalla ha demostrado que puede enriquecer la descripción, comprensión e interpretación de eventos de este tipo. Para ello es importante combinar su estudio con el de campamentos previos y posteriores a las batallas, cuarteles de invierno, centros de abastecimiento y producción de armas, instalaciones militares en tiempos de paz, hospitales militares, campos de prisioneros, etc, para contextualizar material y humanamente las batallas. «De esta manera se puede comenzar a entender a los ejércitos como colectivos humanos o instituciones sociales, autónomos o semiautónomos en ciertos casos, pero siempre en relaciones tensas con las sociedades a las que sirven. El oppidum de Lancia, en Villasabariego, es el símbolo de una guerra total. A finales del siglo I a.C, Roma lanzó su ofensiva final contra los pueblos astures. Los restos arqueológicos lo narran: campamentos militares con estacas, clavos de sandalias (caligae), proyectiles de plomo (glans), y muros derruidos por el fuego. El paisaje del valle del Esla conserva todavía la estructura de aquellos campamentos romanos, ejemplo único de arqueología bélica de época republicana. «Lancia representa el choque entre dos concepciones del mundo: la libertad tribal frente a la maquinaria imperial», resume el arqueólogo Eduardo Peralta Labrador. La violencia aquí fue fundacional; de ella nació la romanización del noroeste peninsular. A veces, la violencia trae de la mano a la civilización.