Los jóvenes y el futuro
Diego Carcedo
11/02/2018
Desde que supuestamente tengo uso de razón —en realidad quizás un poco antes— llevo escuchando el pesimismo y la inquietud que los jóvenes despiertan entre los mayores. Hay excepciones, naturalmente, pero entre la llamada tercera edad no suelen verse con buenos ojos los cambios sociales que apuntan las nuevas generaciones. Y es un error.
Cada vez que se escucha que algún joven ha hecho una travesura, gamberrada o incluso delito importante, muchas personas echan las manos a la cabeza y alardean sus temores sobre el futuro que aguarda a la sociedad con sus futuros ciudadanos. En cambio no suele derramarse mucha euforia cuando las noticias protagonizadas por jóvenes son positivas. La realidad es que la juventud goza desde antiguo de mala fama. Los mayores quieren que sus hijos reproduzcan su estatus mental y ético. Se olvidan que antes fueron jóvenes y que cuando eran jóvenes y rompían con los cánones tradicionales sus predecesores también se alarmaban. La memoria del ser humano es flaca y las hemerotecas se consultan poco.
Ahora no vivimos tiempos excepcionales. Las nuevas tecnologías han cambiado nuestras vidas y las creencias y los idealismos están en claro retroceso, pero los jóvenes continúan ensayando actitudes y comportamientos diferentes, no siempre positivos, pero en su conjunto consecuentes con la condición humana. Si los jóvenes no empujan cambios, ¿quién lo va a hacer? Estoy seguro que los jóvenes rebeldes actuales en general cuando lleguen a la madurez serán personas sensatas, responsables y, por supuesto, resistentes a la evolución de sus hijos o nietos.
La incomprensible falta de respeto hacia las mujeres y agresiones sexuales en grupo o individualmente, como las de la ‘manada’ o la ‘arandina’, los asesinatos cometidos por niños en Bilbao o, cambiando de escenario, la espeluznante historia de una niña que en California se lio a tiros con sus compañeros de aula, obligan a pensar y a actuar. Pero no a alarmarse. Una primera conclusión digna de extraer es que la formación sigue fracasando o siendo manifiestamente mejorable. Otra, que cada vez más padres, políticos y profesores privilegian la preparación técnica y la actividad mercantil en abandono de los valores sociales y culturales, y la más importante de las realidades: la que obliga al ser humano a evolucionar y a convivir.
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