Diario de León

Alberto Flecha

El eterno retorno de la naturaleza

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Miro por la ventana y veo a una madre y un niño fotografiando a los pavos reales que han osado escaparse del parque. Embozados con sus mascarillas se acercan con cautela a unos animales que los ignoran abiertamente entretenidos en acicalarse.

Llevo días viendo a esos animales avanzar poco a poco por mi calle. Al principio salieron del parque inseguros. Habían caído la noche y la cuarentena. Parecía que no había peligro. Luego se fueron sintiendo más a gusto. Se subieron a las barandillas de unas escaleras que hay junto a mi ventana y ahora hasta me saludan y sonríen cuando me asomo al balcón en días como este.

En estos momentos en que ya cunde la confianza, son los humanos, esos que empiezan a salir de su confinamiento, los que se acercan a ellos olisqueando en la distancia. A la madre y al niño se les van acercando, distancia de metro y medio por delante, otros curiosos.

Dicen que eso ha sucedido en otros lugares. Por las calles de un pueblo de Asturias circulan los osos y hay jabalíes paseando por la Diagonal de Barcelona. Zorros visitan el centro de Londres. Conejos estiran las piernas por ciudades de Nueva Zelanda. Corzos llegan a darse un garbeo a nuestras ciudades. En cuanto una pequeña grieta se abre en el asfalto, sale la naturaleza en forma de verdes borbotones.

Poco nos acordamos de esto. La naturaleza siempre nos observa amenazante. Para lo bueno y para lo malo. Vienen crisis y desde las ventanas asoman a menudo las alimañas. Se suben a los púlpitos de la democracia las bestias e hinchan los belfos amenazantes. En las redes sociales, se miran las fieras con desconfianza a la espera del mordisco. Usted y el vecino, y un aire viralizado de miedo de por medio.

Pensando todo esto, dejo la ventana y veo que en las redes sociales han compartido otra escena zoológica. Unos buitres acechan a una vaca recién parida. Saltan torpemente a su alrededor y exhiben picos amenazantes. Sin embargo, su empresa se ve frustrada. El resto de la vaquería rodea a la madre y al ternero. Mugen fuerte, bajan los cuernos. El grupo se hace fuerte y a los buitres no les queda otro remedio que alejarse.

Sí, la naturaleza siempre nos acecha, es cierto. Sin embargo, pienso, nosotros somos parte de ella. Albergamos el caos y el orden. De una crisis puede surgir la muerte, sí, pero también pueden surgir la fraternidad, la comunidad y la vida.

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