Diario de León

Alberto Flecha

Esas inmensas noches de verano

Creado:

Actualizado:

Las noches del verano provocan una profunda evocación. El buen tiempo permitió siempre a la gente estar al raso, pasar largos ratos bajo las bóvedas de esa catedral que se ilumina a veces con la fuerza de un millón de cristales y sentirse ínfimos ante tanta inmensidad.

Hoy, que escribo estas líneas al abrigo de un infinito cobertor de estrellas, no puedo dejar de recordar esa vaqueirada que cantan por ahí arriba, en esos montes que la luna perfila al fondo del valle: «Ay, qué nueite tan serena, que nun tien movimientu/ Ay, quién pudiera tener tan serenu´l pensamientu».

Mirar hacia arriba, hacia esa calma vibrante que tienen los cielos nocturnos, puso siempre al ser humano en contacto con la trascendencia. Todo parece tener un orden allí y nosotros, frágiles aquí abajo, aspiramos a formar parte de ese reloj inmenso que gira preciso en torno a la Estrella polar.

Hace ya muchos años, en el pueblo cepedano de Riofrío, me contaba una mujer que a la constelación en la que se encuentra esa estrella, y que en muchas partes se conoce con nombres derivados de su nombre latino Ursa minor, ella la llamaba el Carrín triunfante. «Dende allí», me decía en ese dulce lenguaje amestado que aún se habla en la Cepeda, y estirando su dedo hacia el centro del cielo, «vendrá el Día del Juicio, montáu en ese carrín, Dious nuestro Señor».

Sin embargo, las noches del verano tienen también su envés. Si bajamos al fondo de los valles, nos encontramos un mundo que bulle a la luz que ofrece el firmamento. No tendría espacio en estos párrafos para describir el maremágnum que siento a mi alrededor aquí, en medio de estos campos de la Ribera del Órbigo, donde un concierto de grillos y de ranas, el inquietante gemido de aves desconocidas o el ladrido de algún corzo que llega desde el monte se superponen al tráfico incesante de regantes que se mueven por los caminos a la luz de sus focos y linternas.

Cayetano Álvarez Bardón, el autor de los Cuentos en Dialecto Leonés, dejó por escrito algunos pasajes sobre las noches de riego en Carrizo. Aprovechando la inquietud que provocaba la oscuridad de la noche, algunos buscaban asustar a los regantes para, tras su huida, quitarles el agua. Sobre la tapia del antiguo cementerio, apareció una vez una pantasma que movía de un lado a otro su enorme cabeza, haciendo sonar una corona hecha de espigas de trigo. Un infeliz que pasaba por allí, ante el susto, apenas acertó a lanzarle una piedra en el medio del pecho antes de echar a correr despavorido hacia el pueblo. La pantasma cayó en medio de las tumbas y, en la oscuridad, no podía distinguirse cuál de los dos gritaba más, si la pantasma o el que corría a buscar refugio al abrigo de las casas.

En fin, que en las inmensas noches del verano, como en la vida, bailan juntos el orden y el caos. Y nosotros impotentes, desde aquí abajo, solo podemos admirar (y temer) tanta grandeza.

tracking