Diario de León

Alberto Flecha

Leonesismo vs. leonesismo

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En otras ocasiones nos hemos referido en esta sección al famoso manifiesto con el que la Diputación de León se dirigió a las Cortes Constituyentes de la l República reclamando para la provincia leonesa un status en el nuevo Estado federal que se estaba fraguando en el verano de 1873. Fue un hecho significativo en cuanto los republicanos leoneses reclamaban el reconocimiento de una personalidad propia entre los pueblos ibéricos que pujaban por una nueva forma de gobierno que revertiera el tradicional centralismo borbónico. Los leoneses reclamaban su espacio aludiendo a razones económicas, sociales o culturales, razones que justificaban la demanda de un gobierno autóctono.

Sin embargo, con el fin de la I República y la llegada de la Restauración borbónica se impuso una nueva cultura regionalista centrada en la contribución de cada una de las regiones de España al recuperado proyecto nacionalista español. Desde el último cuarto del siglo XIX, en la mayoría de las regiones en España, se manifestó en el espacio público una celebración de la contribución de esos lugares al proyecto imperial hispánico. Así la memoria de los reinos cristianos, con sus aportes a la Reconquista o su lugar en la conquista de América, fueron fundamentales, y así surgió una construcción del regionalismo leonés basado en la memoria del Reino de León, de sus gestas en la Reconquista. De ahí a la reivindicación del pasado imperial leonés habría un paso tan corto como el de la llegada del franquismo.

Fue la Transición la que puso, en sus primeros años, de nuevo el debate sobre la mesa. Con el proceso autonómico, algunos grupos minoritarios que estaban surgiendo en el nuevo contexto de apertura política reclamaron autonomía para la provincia leonesa. Lo hacían en base al espíritu con el que el proceso surgía: el de que los diferentes pueblos hispánicos encontraran su asiento en el nuevo reparto de poder. Así reclamaron sin éxito, como rezaba una famosa pancarta de una de las primeras manifestaciones, un referéndum por el que los leoneses se expresaran.

Sin embargo, una vez asentado el nuevo Estado de las autonomías, la reacción del leonesismo se manifestó mayoritariamente en expresar una presunta “injusticia histórica”. Si las diferentes Comunidades Autónomas representaban las contribuciones de cada una al proyecto de Estado, la ausencia leonesa era flagrante por la presencia insoslayable del Reino de León en su historia, una presencia que se trataba de ocultar incomprensiblemente por los poderes de dicho Estado. La manifestación del 16 de febrero representó de nuevo esa tensión por las calles de León. El paño de la bandera leonesa se amplió considerablemente: cubría en sus demandas no solo el reconocimiento de la memoria de una comunidad, sino su presencia presente, sus problemas y sus aspiraciones de futuro. No era el reino leonés, sino un grupo humano que se reconoce a sí mismo y que pide democráticamente al conjunto del Estado que lo reconozca en plano de igualdad con el resto de agentes que lo componen.

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