Diario de León

Alfonso García

Con dinero de todos

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Está en boca de todos durante estos días cómo una entidad bancaria resultante de una fusión negocia un expediente de regulación para cerca de ocho mil empleados. Es verdad que sus beneficios suponen un descenso respecto a años anteriores, pero así y todo no son nada despreciables. Acabaremos pagando a los bancos por respirar dentro de sus oficinas, o por utilizar su santísimo nombre en vano. Mientras esto ocurre, el señor presidente de la poderosa entidad financiera propone y consigue triplicar su sueldo, con el voto en contra del Estado, que algunos consideran testimonial, puesto que su porcentaje accionarial —en torno al 16%— podría dar más de sí.

Pocos días después el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales salta a la palestra para decir que la discusión sobre este y otros sueldos del ámbito privado es populismo y demagogia. Y no le falta razón, jurídica, al menos en parte. Quizá le falte algún detalle para completar el panorama de que no todo vale en una tierra en que los oráculos y el disparate crecen al ritmo de las malas hierbas primaverales. «Lo doloroso —son palabras de un paisano de a pie, a ras de suelo— es que subida y despidos se hacen, o parecen hacerse con dineros de la ciudadanía».

Muestro mi asombro por la afirmación. El economista de su pensión con gastos controlados para llegar a fin de mes sin números rojos dice que el asunto está claro. Que este «núcleo bancario» —es su expresión literal— fue rescatado con unos veintiséis mil millones, en números redondos, de dinero público. Que ha devuelto sobre tres mil millones. ¿El resto? ¿Para cuándo? ¿Cómo? ¿Se lo perdonarán?... De momento —nunca se sabe cuándo finaliza este momento— sirve para lo que sirve. «¿Usted se da cuenta de cuánto dinero estamos hablando?», me pregunta.

Ni me lo imagino. Economistas, cabalistas y especies cercanas a la interpretación de los números sabrán de qué hablan y de sus límites.

«La sensación, y no sin razón, es que suben sueldos y despiden con el dinero del común», concluye, muy enfadado, el economista de su pensión. «Pólvora ajena. ¿Es que no hay forma de que paguen lo que deben o aquí siempre los perjudicados somos los mismos? ¿Hasta dónde pueden llegar los privilegios y las obligaciones? ¿Se imaginan cuánto se puede hacer con ese dinero? ¿Cuántas conductas, aunque muy disimuladas, siguen pautas muy parecidas?».

Silencio.

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