Diario de León

Alfonso García

Duelos y quebrantos

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La pandemia ha tenido consecuencias de todo tipo, entre ellas, permítanme la expresión, las sentimentales, vinculadas en muchos casos a muertes cercanas en el afecto. En no pocas ocasiones sin ni siquiera recibir la noticia del desenlace, quizá motivada por la imposibilidad o las restricciones de asistencia a la despedida definitiva, algo tan enraizado históricamente en nuestras costumbres. Los hechos son, una vez más, tercos en el cambio de hábitos y costumbres. Solo así se explican las razones del devenir de los acontecimientos.

Me viene a la mente ahora esta circunstancia releyendo el magnífico libro Caney, del gallego Xurxo Fernández, de integración y generosa reflexión gastronómica, con muchas variantes, entre las que no faltan alusiones a los duelos. «Lo de los duelos —escribe— tendría más que ver con la veneración a un cadáver, el hecho de velarlo. Y un velatorio, todo el mundo lo sabe desde la Edad Media, es una fuente inextinguible de viandas. A las plañideras, sí, pero también a los vecinos que asisten al velatorio de cualquier familiar hay que mantenerlos despiertos, y tenerlos contentos, de paso, dándoles fuerzas por vía de alimentarlos medianamente bien. De ahí que los duelos, en resumidas cuentas, son restos de comida que se mezclan con otros ingredientes para proporcionarle a los amigos que vienen a condolerse de tu pérdida una fuente recíproca de consuelo por el que él te está prestando a ti».

Conocí ya en fase de decadencia esta práctica. La evolución del rito de la muerte. Esta comida de entierro –no se olvide que el velatorio era en casa del finado- consistía en un gran banquete, a veces con más gentes que en las bodas, y por estas tierras era característico el arroz con lonjas de bacalao, o bacalao, o un cabrito para dar de comer a tantos familiares como habían asistido al entierro. ¿Recuerdan al Lazarillo de Tormes? Cuando esta cita funeraria y gastronómica fue desapareciendo, siempre alguna mujer allegada al difunto permanecía en la cocina para ofrecer tila a los más afectados o café con pastas a los asistentes, al menos uno en representación familiar. Supongo que por sacrificarme —los motivos no vienen ahora al caso—, mi padre me hizo representante de la familia en una ocasión, casi imberbe. A café y pastas se añadió coñac, y a él chistes, risas y quebrantos. No lo olvido, no olvido su geografía repetida, que hoy forma parte de la historia. Los ritos forman parte de toda evolución.

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