Diario de León

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Entre tantos, Elena Santiago tenía el don de la sencilla alegría que irradiaba siempre cercanía, gratitud y afectos. La complicidad del cariño. Recuerdo ahora aquel día del verano de 1991 en que su pueblo le dedicaba una plaza, acompañada, entre tantos vecinos y amigos, por Arsenio Lope Huerta, Delegado entonces del Gobierno, ejemplo también de prudencia, sabiduría y humanismo. Y, cosas del destino, solo un día ha separado su desaparición definitiva. Aquel día se abrió su «mundo primero y esencial» y recibió el reconocimiento de los suyos, asunto nada fácil por estos pagos. Era un verdadero símbolo de la felicidad, pues no en vano parte de su obra gira en torno a la memoria y la infancia, la infancia rural con mayor precisión y alcance, al asombro infantil ante el mundo de los adultos. El encuentro certificaba, sin duda, el eslabón, humano y literario, que la vinculaba a sus raíces.

La vocación artística de Elena Santiago fue temprana como actitud y premisa, lo que viene a significar un mundo interior rico, lleno de sensibilidad e imaginación nunca contenidas. Ante los caminos abiertos como posibilidades para transitar, la balanza se inclinó por la escritura. Emoción y fascinación de la palabra. Y desde entonces se hizo sólido un universo literario de amplio recorrido e impecable calidad, un mundo entrañable y suyo, lleno de coherencia y estilo propio, seguramente la máxima aspiración de todo creador. Subyace en este caso la niña eterna, la curiosidad infinita, la pulcra sencillez.

Se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo sobre la obra de la de Veguellina porque su legado trasciende una vida para convertirse en patrimonio. Poesía, artículo, cuento, novela, literatura infantil y juvenil — El cuento de «Mermelinda», Un susto azul, Olas bajo la ciudad, Sueños de mariposa negra, Mat y Pat. Vuelos de pájaros —: con un armazón lingüístico realmente vigoroso y una prosa cuidada y precisa, se asoman a sus inquietudes la niñez y la memoria, la complejidad del mundo femenino, la fragilidad y la esperanza, el asombro y la ternura…

La lenta y dolorosa desaparición de un par de generaciones cercanas de excelentes escritores me lleva nuevamente a recordar la necesidad de la Casa de Escritores Leoneses, como proyecto de largo alcance patrimonial, no se olvide, aquí, tan aficionados a no más del día a día. Esta riqueza está incardinada en un contexto y la sociedad deberá preservarlo. Elena es otro magnífico ejemplo.

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