Diario de León

Alfonso García

Emigrantes de la miseria

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Dicen las estadísticas recientes que cada día abandonan esta provincia diez habitantes. Y que la capital se sitúa como la única española con una tasa de actividad menor al cincuenta por ciento (49’9, con exactitud), a lo que habría de añadirse, como curiosidad y contraste, que está entre las más ricas del país. La conclusión, o conclusiones sobre el éxodo continuado son fáciles de adivinar: aquí el futuro cada día es más negro, a pesar de que los políticos nos la pintan como una tierra de jaujas y promisiones o seguro que como una manifestación más de insensatez alejada del más mínimo realismo. El asunto, sin embargo, viene de lejos.  

Las noticias —esta está fechada en febrero de 1906— hablan de emigración masiva, cifrándola en 1.500.000, sobre todo con destino a América. «Las regiones que aportan un mayor número de emigrantes transoceánicos son Galicia, Asturias, León y Andalucía». El principal asunto, apuntan, es la miseria. La huida de la miseria. Emigrantes de la miseria. Algunos años después las cosas apenas habían cambiado. Al contrario, porque a partir de la Primera Guerra Mundial se acentuó el éxodo. «Las regiones que presentan mayores pérdidas de población —leemos en las crónicas de la época— son Galicia, Andalucía oriental y la región de León-Valladolid-Palencia. De cada una de ellas marchan 300 000 personas entre 1900 y 1930». Podríamos anotar otros momentos históricos en que la necesidad de buscar otras formas de vida dignas se acentuaron, aunque poco añaden a la realidad, innegable.  

Nuestros paisanos emigran, sencillamente, porque esta es una tierra de falta de oportunidades, la progresiva cronificación del empleo —asunto para otra ocasión, que parece que han llegado nuevos tiempos de esclavitud— y el olvido reiterado y consciente de las administraciones, silenciados como estamos y sin voz. Que nadie, nadie saque pecho en contra. A veces, unos ruiditos intermitentes, por si acaso. La única diferencia de conjunto es el grado de preparación de los que se fueron antes y se van ahora, con una evidente pérdida de capital humano y de potencialidad de progreso.  

Ocupados los mandamases en resolver sus asuntos, aunque apelen al servicio de la colectividad, el tiempo se multiplica sin soluciones. Al contrario, en todo caso. La calle está harta de tanta pérdida de tiempo, de tantas comisiones insolventes, de su protagonismo permanente e inútil. Alguien tiene que poner freno a tanto desvarío.

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