Diario de León

Alfonso García

La escribidora de cartas

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Me lo contó ella misma, en un momento en que se mezclaba la ironía, la risa y la sinceridad en un encuentro en una ciudad caribeña y dominicana. Qué delicia de palabra y de paisaje. «No soy escritora, aunque lo pretendo. De momento solo soy —mejor, fui— escribidora de cartas». Le acompañaba en la conversación su compañera de empeño y aventura epistolar. Creo que ninguna llegaba a los veinte y, según ellas mismas, tal actividad había acabado un par de años atrás, y ahora buscaban definir su mundo y su camino literario. No sé por qué pienso que la literatura es vocación, pero también aventura, fértil sobre todo en el caso de la que llevaba la voz cantante. La realidad, sin embargo, muestra que la escritura se ahoga hoy en otros intereses.

Buenas lectoras y buenas amigas, escribían desde muy jovencitas. «Desde la más tierna infancia», me dicen, aunque no sepa precisar servidor el tramo cronológico de tal afirmación. Eso sí, pronto adquirieron buena técnica en el género epistolar amoroso para adolescentes, si es que tal nomenclatura sirve canónicamente, aunque sí para entendernos ahora. Lo cierto es que pronto se convirtieron en las autoras de cartas de amor, solicitadas por otras jovencitas del entorno, para enviar a los chicos que querían declarándoles su amor, manteniendo la llama viva durante el tiempo que diera de sí o, en el peor de los casos, anunciando su rotura. Este último caso, al margen de ciertas subidas de tono o la búsqueda propuesta de besos alejados de cualquier posibilidad de sospecha, exigía un tono de discreción en alto grado y su perfecto acomodo a la «narración literaria». Pronto fueron los chicos los que también solicitaron de ellas los favores epistolares, lo que aumentó la dificultad al deber tener en cuenta un nuevo punto de vista.

«Aquí empezó mi calvario», me confiesa Marialis. Ella misma sintió el revoloteo de las mariposas y la necesidad de contárselo al causante, eso sí, con la suficiente habilidad para ocultar su identidad. Y el causante, Sélvido, le pidió precisamente a ella ayuda para la respuesta escrita y amorosa. Al principio tuvo su punto de diversión. Después los sentimientos creados por ella misma se desdoblaron en dos personas, la misma y ajena. «No sabes cuánto padecimientos, cuántas dudas y cuántos esfuerzos. ¿Entiendes ahora —concluyó— por qué quiero transitar otros caminos?». Ni una sola palabra por mi parte. La curiosidad vencía cualquier posibilidad de hablar.

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