Diario de León

Alfonso García

La isla de los bienaventurados

Creado:

Actualizado:

«Quizá lo que es importante en la vida existe más allá de las palabras», escribió el novelista griego Theodor Kallifatides en Timandra, la que fuera amante de Alcibíades. Estoy seguro de que es así, de que hay realidades que no tienen nombre, al menos de sus detalles y circunstancias, aunque sí exista en la nomenclatura de la utopía, ese sueño recurrente en que nos deleitamos con frecuencia. Soñar es barato, dicen. Y será verdad. «Mi corazón —escribió él mismo en otro momento— latía a punto de estallar y caminaba de prisa, casi corría. Me encontré con un anciano y lo detuve para preguntarle por el camino más corto a las Islas de los Bienaventurados. La lluvia había arreciado. El viajero se echó a reír».

El hombre es búsqueda constante, ilusoria en tantas ocasiones como lejana. Verdad parece ser que las ilusiones siempre mantienen el espíritu en alerta, aunque sea en el imaginario mítico, que, de momento, es donde existen estas Islas de los Bienaventurados, no sé si en singular o en plural. Sí sabemos, o saben los predicadores de lo mágico y otras aspiraciones fronterizas, que son de difícil acceso y que en ellas esperan a los viajeros las ninfas del atardecer. La hora en que casi todo es posible. Nos cuentan también que están situadas en los límites del mundo y que es necesaria una larga travesía hasta alcanzarlas si el timón se mantiene firme y certero. Hay que fortalecer permanentemente el enigma y la conciencia del riesgo de buscar encontrarse solo en el mundo. Son los costes siempre de llegar a tierra firme, a aquella en concreto que han convertido en paraíso. ¿Por qué las islas son capaces de transportarnos a las geografías de los paraísos? En la de los bienaventurados está escrito en las tablas de sus aires que la vida es dichosa, feliz. Nadie ha llegado a explicar en qué consiste verdaderamente esa felicidad. Apuntó alguien muy tímidamente en los inicios de la historia conocida, que allí el bienaventurado solo tiene que recoger los frutos de la tierra de la generosa abundancia. Y que no existe el dolor del cuerpo ni del alma. Esta última afirmación es más tardía.

Lo cierto es que el viajero —¿será el viajero de las estrellas sin rumbo?— lleva navegando vida y mares. Empieza, sin embargo, a comprender por qué se echó a reír el anciano.

tracking