Diario de León

Alfonso García

La Dama Misteriosa

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Los aplausos son una bendición. Como homenaje al sector sanitario durante los dos primeros meses del confinamiento por el asunto del coronavirus y, por qué no, por el descubrimiento de la vecindad, que también tiene su miga. A las ocho en punto de la tarde. Dos, tres minutos. Y canciones desde las ventanas. Y las músicas sonoras y diversas desde las terrazas. La pequeña fiesta de cada día, con afectuosos saludos y deseos desde la distancia estrecha de estas calles diseñadas por y para la especulación.

Y allí, en la convocatoria vespertina repetida, estaba ella. Inevitablemente. Con aplausos ligeros y vaporosos, intuida a veces la silueta detrás de las cortinas llenas de transparencias. Nunca jamás en la vida amén la había visto. Pongo la Palabra como testigo. No conocía su nombre, por tanto, y nunca llegué a conocerlo. A veces, durante estos días gratificantes que traían los primeros vientecillos primaverales y calurosos aparecía leyendo en la terraza, muy veraniega ella. O retocando algún esqueje en la maceta, que regaba con la solemnidad lenta de quien ha de ocupar un día más, como si fuera el primero o el último de la vida. Todos pensaban con lo del virus que la vida era más corta ahora. Y así el misterio se resignaba y hacía más ancho. Y ya se sabe, el misterio provoca intensamente la imaginación y ese apartado secreto que vapulea al mundo de las suposiciones. Cuando ella aplaudía, yo suponía. Sus años. Su dedicación. Su estado. Sus aficiones. Sus amores. Su nombre. Navegando así por el Mar de las Damas, oficié en secreto su bautismo: La Dama Misteriosa. Y lo dejé grabado en esa intimidad inexplicable. Hasta hoy.

Las despedidas tienen no poco de dolor y de nostalgia. Llegó el día del último aplauso, cuando la luz y el calor habían ya puesto intensidad en las calles vacías. También la tristeza anidaba en los abrazos y los saludos a distancia. Me pregunto siempre si la melancolía es una de las claves de la condición humana, porque entonces ocurrió el prodigio: desde detrás de las cortinas llenas de transparencias de La Dama Misteriosa una mariposa inició el vuelo hasta perderse de vista.

Nunca más he vuelto a ver a La Dama Misteriosa. Nunca. La he cambiado de nombre: La Mujer Mariposa, otra de las mujeres que habitan mi maleta de viajero con cintas amarillas. Dibujo de mariposa recortada en papel de intensa blancura. Estoy pensando en cómo colorearla. Es mi gran secreto para el próximo viaje.

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