Diario de León

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Llega indefectiblemente al bar a la misma hora, salvo festivos y fiestas de guardar, que aplica otros horarios a la rutina. Diversificar la rutina sin que deje de serlo es siempre buena fórmula para el entretenimiento. Los mismos clientes, que hojean periódicos, revistas y catálogos o se pierden en charlas tertulianas sobre la política y sus laberintos, que cada día aborrecen más, sobre el último fichaje futbolero o el penalti claro, al parecer, no señalado, aunque también el asunto ya no les apasiona tanto, convencidos como parecen estar de que en el fútbol ya hay más mercenarios que otra cosa: es la tesis que defiende el tertuliano que se sienta al lado de la ventana, puesto de observación privilegiada, y cuyo escepticismo parece subir un grado cada día. De cualquier forma, el bar, alguno al menos, es un punto de encuentro y observatorio de la vida que habría de mantenerse por decreto donde tengan problemas de subsistencia. Por eso de la socialización a la que tanto se apela.

Sospecho que la mujer que acaba de entrar anda por los cincuenta. Las gafas de sol y la mascarilla, que ocultan muchos datos posibles, añade dificultades a la estimación. La voz también engaña, pero da algunas pistas. Pide un café y un pincho de tortilla. «Para llevar», dice. Parece tener cierta familiaridad con el camarero, que, con no poca parsimonia, le lee un WhatsApp que acaba de recibir: «¿Pero las sanciones económicas se las están poniendo a Putin o a mí?». Está escrito en la pantalla diminuta. La parroquia, que escuchó con claridad la intención divulgadora, no se sabe con qué intención, del que estaba detrás de la barra, se miró de soslayo, sin pronunciar palabra. Ella, fría e indiferente, dejó solo una frase, habitual por otra parte en el mentidero lingüístico de la ciudadanía: «Es lo que toca». Café y pincho en mano, salió sin añadir una palabra más.

—Como en la pandemia —añadió entonces uno de los tertulianos.

—Como en la crisis económica —puntualizó otro.

—Como en el panorama de corrupciones y desvaríos a los que asistimos —sentenció un tercero.

Se hizo después un silencio denso.

Parece que todos entendieron la frase como síntoma de resignación, de una realidad que no pinta alegrías. Seguramente de pesimismo entre la población, acaso de tristeza.

No hubo segunda ronda. Fueron despidiéndose uno a uno.

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