Diario de León

Alfonso García

Un mundo de indicios

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El mundo es una manifestación de indicios cuyos valores tratamos de interpretar permanentemente. Para decodificar, en concreto, el fenómeno amoroso, se fundamentaba Breton en una de sus líneas maestras: «El bosque es un mundo de indicios». Pero a veces los árboles no dejan ver el bosque, tan diverso con frecuencia.

En un bosque de mil recodos, espacios, claros y tupidos se convierten algunos programas de televisión en que el fenómeno amoroso o como quieran llamarlo marca la pauta con un innegable valor sociológico. Se preguntan los convocados a la mesa compartida si tienen tatuajes y dónde, si les apetece viajar por el Caribe o los caminos pedregosos terracampinos. Se preguntan y preguntan por los gustos musicales y su compromiso con tales o cuales tendencias. Se preguntan por las habilidades, sensibilidades, iniciativas y méritos en la cama o donde se tercie —con lugares exóticos y estrambóticos en tal ejercicio— venerar a Eros y su corte de asociados. Indagan la marca del teléfono, el tipo de desodorante, la elección de calcetines…

Todos son indicios que testifican la compatibilidad y las ganas, indicios que tienen múltiples referencias históricas y cuyo estudio sería, al menos, una muestra de tiempos, hábitos y costumbres cambiantes de los que nadie está exento. A uno le gustaría saber, por ejemplo, qué se preguntarían, en este sentido, Hanna Arendt y Heidegger, alumna y profesor que mantuvieron una tórrida relación clandestina. O Wittgenstein, Karl Jaspers…

En caso de compatibilidad, o incompatibilidad, según se mire, el beso, generalmente cálido o caliente como la sopa. Aquí llegó mi decepción, al leer la teoría microbiana de los besos que mantiene Susan Erdman, microbióloga del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Así lo explica J. Soler: «Ha descubierto que dos personas se besan no porque se deseen con desesperación, hasta el grado de querer comerse la una a la otra, sino porque la colonia microbiana de una, que es especialmente abundante en la cavidad bucal, tiene los elementos que necesita la otra para fortalecer el sistema inmunitario, y viceversa. Así que, según esto, no se besa por amor, sino por instinto de supervivencia, y se elige a otra persona entre todas las demás porque la comunidad microbiana que lleva en la boca fortalece nuestro sistema inmunológico. ¿Despeja esta explicación el misterio del enamoramiento?».

Ya veo que mi ingenuidad me llevaba a esperar los tiros por otro lado.

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