Diario de León

Alfonso García

Situación precaria

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Bastante tendrán los populares para sí aún a estas alturas, después de la guerra televisada con lanzamiento de dagas y puñales. Inquietos estarán los seguidores de una y otra parte, sabedores de cuánto se juegan en sus destinos personales –quién explica tantas deserciones, traiciones y cambios de rumbo: tome nota el siguiente-, que no de salvar a España como algunos cínicamente manifiestan: no saben nadar y pretenden salvar la vida a tantos náufragos. ¿Se ha normalizado el espionaje, las mordidas, las publicidades interesadas, la impunidad del latrocinio de guante blanco y no tanto, el descaro acusador de no pocas tropelías, televisadas o radiadas para vergüenzas ajenas…? La corrupción, pasada por el tamiz de la impunidad, pretendidamente velada, de unos pocos: los reconocimientos de pacotilla y pasta de los delitos, que se pierden después en el tiempo bajo rebajas de penas, oídos sordos o desaparición por prescripciones, aforamientos y otras gaitas y figuras.

Y mientras…

Pues mientras, los náufragos cada vez más náufragos. Les cuento un caso, entre mil, que a servidor le parece cuando menos humillante. Familia media, que sale a flote, como tantas, a base de mucho trabajo y sueldos escasos. La mujer, por los propios avatares de la vida, pasa a las listas del paro. Una hija, universitaria, ha de viajar, por razones de su condición, a un país europeo durante unos días. La madre, atenta, inicia los trámites necesarios, entre ellos la solicitud de la Tarjeta Sanitaria Europea. Y aquí surge la chispa: «Usted, señora, está en paro; por tanto, en situación precaria. Usted no puede solicitarla, en todo caso su marido, alguien más seguro». Rabia e indignación. Parece ser que el estigma del paro, que recibe un bofetón detrás de otro, se prolonga trazando de forma cada vez más gruesa los límites entre unos y otros, entre los poderosos y los débiles, entre los sinvergüenzas que roban sin medida —hay tantos ejemplos— y los que buscan su dignidad en la mejora de los suyos a base de esfuerzo y trabajo. Hay dineros para fastos, oropeles, vinitos españoles y de otras latitudes. Dineros públicos sin límite para teatrillos, besamanos y fanfarrias, sin cotejar rendimientos. Así que la señora madre, subida, con razón, por las paredes, se imagina qué sería si estuviese soltera, por ejemplo, o que quizá solo volvieran a estudiar los hijos de los ricos y poderosos. Una maravillosa forma de protección, de igualdad y de progreso.

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