Diario de León

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No sé si existen esas tierras bíblicas de promisión, algo así como aquellas de expresiones más prosaicas en que se dice atar los perros con longanizas. Todo un alarde en cualquier caso, metáforas y otras gaitas mediante. Las que sí existen son tierras irredentas, que es una forma de olvido, en plural preferiblemente, porque solo este es el caso de las sumas. Y no son pocas, desgraciadamente, aunque difícilmente las tierras tengan fronteras, a no ser las administrativas, que no es baladí en los tiempos que corren. Son las fronteras de la administración las que, en buena medida, marcan las desigualdades, el que haya poca o mucha leche y miel manando de las fuentes. En las tierras de Vamosa, donde también se pone bajo sospecha hasta el éxito ajeno, dicen que apenas si las fuentes manan y, si lo hacen, buscan otras vertientes. Enumerar los agravios, sin embargo, para explicar las razones de la sequía, que es muy real, para qué vamos a engañarnos, conduce a poco, a prácticamente nada, como demuestra la historia de los despropósitos y la prédica de esperanzas. No sé por qué he llegado a la conclusión, contemplando este territorio de arideces, que la esperanza, que siempre se prolonga en el tiempo, es una de las formas del miedo. Y del sometimiento. Hay historias personales que han desgastado su vida pendiente de esos hilos apenas perceptibles de la esperanza en la fe ciega de las promesas.

Las tierras sumisas son presas fáciles para una mayor degradación, si cabe y es ya posible. Es esta una advertencia de actitud, de cambiar el paso o el signo de los tiempos. Se necesitan acciones, propuestas, emprendimiento, vigilancia y realidades. Que nada les salga gratis a los diseñadores de la creación de nadas y espacios vacíos. Sus posturas desideologizadas se convierten en camaleónicas y ven molinos de viento y otros fantasmas donde solo hay territorios baldíos y casas vacías. Tiene que llegar el día de las exigencias y, si me apuran, de las intransigencias frente a la modorra de las siestas de hidalguías y clarines. Vivimos, creo, crisis de pesimismos y nostalgias, ambas, si no peligrosas, muy preocupantes, porque suelen ser paralizadoras, para nada activas.

La actitud de los que se sienten derrotados nunca favorece el progreso. Solo la acción y el abandono del pesimismo encuentran otros caminos más propicios. Creo.

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