Diario de León

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Compré una reproducción en cerámica de un trompo en el ateniense Museo Arqueológico Nacional, que contiene la colección más rica de objetos de la antigua Grecia que se puede encontrar en el mundo. Lo añadí a otros ejemplares que fui recopilando por diversas geografías. Hay clases, formas, nombres, dispositivos, colores… para todos los gustos, frente a la austeridad de los que bailábamos y rompíamos —¿alguien recuerda los trompos choriceros?— los infantes de mi generación y próximas, por arriba y por abajo. Sin duda, hasta finales de la década de los ochenta del pasado siglo fue uno de los juegos más populares.

Quizá, aunque no sabría precisarlo con exactitud, ahí radica esta devoción que siento por los trompos. No solo popular. O quizá por ello, de muchísima antigüedad, que se encuentra en la mayoría de pueblos del mundo, tanto en las culturas primitivas y orientales como en las clásicas. Las primeras peonzas encontradas nos remontan a cuatro mil años antes de Cristo, ejemplares de arcilla localizados en las orillas mesopotámicas del río Éufrates. Abundan, por otra parte, pinturas, textos literarios, diversidad de juegos, sellos postales, presencia abundante entre poetas recientes y actuales, especialmente de la América hispana… De una puertorriqueña precisamente, Ester Feliciano Mendoza (1917-1987), este breve poema: «Baila que baila, / mi caballero. / Capa ceñida. / Punta de acero /. Cuando tú bailas / florece el viento / en clavelitos / volantineros. / Zumba que zumba, / mi maronero. / ¡Que te mareas! / ¡Remolinero!».

Seguro que los que peinan canas o están a punto recuerdan sus giros endiablados —a ver quién los hace durar más—, su habilidad posándolo en la mano y no pocas de sus hazañas. Hoy ha pasado a formar parte del ámbito de los recuerdos, aunque es cierto que cada día se encuentran ejemplares muy hermosos –forman parte de la artesanía tradicional- para alimentarlos. Estoy seguro de que tiene su propio valor simbólico en cada cultura, en las distintas épocas de la cultura japonesa por ejemplo.

En estos tiempos de reclusión uno ha tenido tiempo para pensar y ver trompos, que, no sabe por qué, ha asociado a los místicos derviches giróvagos turcos. Mientras, sonaba Gira il mondo… «en el espacio sin fin». Asociar se me antoja una especie de misterio con un notable componen lúdico pero involuntario. Quizá el mundo se encierre en un trompo. Qué cosas

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