Diario de León

Alfonso García

... Y además os pagan

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Es 26 de Julio. No sé cuántas celebraciones se acogen a esta fecha en el calendario conmemorativo y festivo del mundo. Me imagino que no queden muchos días libres para nuevas asignaciones, hasta es posible que alguno sume más de una. Tantos días para tantas cosas que después se olvidan. La señalada, martes este año, es entre nosotros y algunos otros países –la mayoría lo celebra otro día, sin necesidad tampoco de coincidencia-, el «Día de los Abuelos», aunque son, en realidad, de referencia diaria por lo que significan dentro de nuestro entramado económico y social. Se celebra, por otra parte, en esta fecha veraniega por nuestra tradición católica: el Santoral recuerda a los padres de la Virgen, Santa Ana y San Joaquín, abuelos de Jesucristo.

Sea como fuere, 26. Julio. Martes. A la hora del mediodía de bares, vinos, refrescos y otras zarandajas del beber para mitigar los calores infernales —¿serán así de sofocantes los del infierno y sus barrios?— que padecemos con especial virulencia este año repleto de nudos difíciles de deshacer. Es un decir, que ya se sabe que los bares suelen ser escenario de decires, de saberes que canta la alegría del morapio, bruñidor de historias que difícilmente pasan a la escrita con mayúsculas, vaya a saber usted por qué.

Lo cierto es que los abuelos, de oficio cansado y movimientos torpes, lo celebraban cuidando, compartiendo refresco y tapa, con dos nietos. Inquietos, como suelen ser los niños, pero de comportamiento educado y conversador. Deduje, no sé con qué grado de verdad, que los padres vivían en otra ciudad y pasaban parte del verano con los abuelos leoneses, con los que compartirían, además, unos días en el pueblo. En cuántas ocasiones los abuelos son los grandes botes salvavidas que ejercen desde el silencio, a pesar de los cansancios a que son sometidos a veces.

-Abuelo —reclamaba su atención el más pequeño—, a finales de agosto vamos de vacaciones a Mallorca con papá y mamá.

El abuelo, que se suponía enterado, puso cara de sorpresa.

—Qué bien —contestó—. Lo pasaréis estupendamente. Habrá que daros la propina… Tu abuela y yo iremos de vacaciones en noviembre…

—Pero si vosotros estáis siempre de vacaciones —sentenció el nieto mayor, unos nueve años—, y encima os pagan…

Los abuelos cruzaron la mirada. No había una lectura clara en ella. Decidieron ir a comer. Posiblemente no tenían otra alternativa.

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