Diario de León

Cenizas de faedos

LA LIEBRE | Si se rebusca en el fondo de armario de los mitines se encuentran los proyectos que se comprometieron cuando al euro se le llamaba peseta

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Escapo del ruido para perderme por la trocha que entreveran las hayas en los rescoldos del otoño que desfallece a sus pies. Los faedos leoneses se tienden en el suelo con la paleta de ocres de las hojas desperdigada en una inmensa colcha de patchwork pespunteada por el musgo que mulle las rocas y marca el rumbo del norte en las cortezas. Las pisadas se atenúan mientras avanzamos a tientas con la pista de las señales dejadas por la vida salvaje que acecha en la espesura, a resguardo. Fuera del alcance de la circulación de las postales de postureo de red social,  a salvo de la intervención humana que amenaza con domesticar los espacios que no domina para dar una falsa sensación de accesibilidad que no cabe, los sotos edifican su ingeniería con grandes bóvedas de catedral gótica que trepan ladera arriba, pero que de pronto, cuando se abisman en el valle, se enfoscan en pasillos sigilosos de catacumba romana por descubrir. Donde se mire, los ojos se llenan de una luz cenicienta de fotogramas en sepia. El silencio estalla con los ruidos de los guajes, entretenidos en asomarse a descubrir el tacto rugoso de las setas que descollan en círculos viciosos y el olor de la naturaleza en descomposición, pero no muerta, sino todo lo contrario: lista para retroalimentarse a sí misma. Aquí, noviembre renace de sus cenizas.

La excusa del aprovechamiento del otoño nos saca del tráfico agobiante de una campaña electoral que, como una broma, se abrió en el canto de la noche de Todos los Santos. La pegada de carteles nos envuelve de nuevo en una moviola electoral en la que resuenan todavía los ecos de abril. El ruido abunda en palabras manoseadas que pierden su significado, como pensiones, estado del bienestar, despoblación o mundo rural, convertidos en clichés intercambiables para disparar a discreción. Los candidatos, cansados de su propia salmodia, se envaran en discursos hueros que suenan a hueco, mitines interminables en los que se encuentran las huellas de las promesas que no llegaron a desenvolverse la vez anterior, ni la otra, ni la que hubo antes. Si se rebusca en el fondo de armario de los mitines se encuentran los proyectos que se comprometieron cuando al euro se le llamaba peseta y que siguen sin tener valor: las mismas autovías, los polígonos que iban a dar una oportunidad de futuro, los planes para las zonas mineras... Hojas muertas que no abonarán nada.

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