Diario de León

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Sabemos el diámetro de los hielos que puede llevar el gin tonic en las terrazas, el número de cambios que podrán hacer los equipos en el retorno del fútbol para evitar el estrés muscular y los días que tendrán que aguardar en barbecho los turistas guiris antes de pasar del blanco nuclear al rojo guindilla en las playas del arco mediterráneo, pero no sabemos cómo ni cuándo podrán volver los niños a la escuela. La cuarentena empezó con el cierre de los colegios justo antes de Semana Santa y terminará con las vacaciones de verano: un trimestre en el que hemos pasado las ecuaciones de tercer grado sin resolver las incógnitas, los sintagmas nominales con el sujeto elíptico y el inglés con todos los verbos convertidos en irregulares. No sabemos si es suficiente, si está bien, si la cosa va para notable o si los sobresalientes que hay en las administraciones públicas nos dejarán pasar de fase con un aprobado general.

Como resultado, a los chavales, estigmatizados como vectores de contagio y orillados a hacer dibujos en las ventanas y el dejar de joder con pelota, les queda la vida para septiembre, pero sin saber si van a progresar adecuadamente. A la vez que se pierde el tiempo en discusiones imbéciles que ponen en evidencia la falta de educación de los representantes públicos, entretenidos en convertir el parlamento y las cortes autonómicas en un patio de colegio, los guajes siguen sin conocer el horizonte que les espera. La herida abierta les concede a un modelo educativo virtual, con todo lo que tiene la palabra, alejados de las relaciones sociales que deben marcar el desarrollo emocional más allá de la protección de la cabaña. La generación a la que se le achaca el aislamiento en las pantallas de las tabletas y los móviles, que definen un nuevo modelo de sombras para reinterpretar el mito de la caverna platónica, se ve arrojada a un sistema asocial. El coste de la conexión ahonda la brecha para los más vulnerables, que además se ven penalizados en buena parte por la menor capacidad formativa de los progenitores. Mientras, los educadores intentan hacer malabarismos desde el otro lado de la red para que no se caigan más alumnos al pozo del fracaso escolar. Da igual. La educación se mantiene como algo secundario, sin importancia más que para hacer política de salón, entregada a la tutela de las comunidades autónomas. Necesitan mejorar. A ver quién les explica que deben estudiar.

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