Diario de León

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Teníamos tanta prisa que nos sobraban los dedos para contar el tiempo que perdíamos. Nos sentábamos en el suelo del pasillo del instituto, con la espalda contra la pared para coger impulso, e íbamos a la carrera a todos los sitios convencidos de que en cualquier lugar nos esperaba el mundo. No sabíamos estar quietos, ni callados, e ignorábamos que las cosas importantes necesitan el contexto de la pausa, no el turbión de la corriente que arrastra. Pero entonces, con apenas 15, en mitad de una clase, lastrada por los cortes y las impertinencias, Sofía, la profesora de matemáticas del Ordoño II, que vestía con trajes sastre de chaqueta y dibujaba en carmín rojo intenso los labios para armarse frente a la palidez de la cara, frenó la explicación de los logaritmos neperianos para dejarnos una lección que despreciamos con la arrogancia que regala la adolescencia: «Os han dicho que la vida se acaba a los 20 años, pero no es así». Nos reímos, desafiantes. Apunté la frase en el cuaderno, entre dos operaciones, seguro que mal resueltas. Hay cosas que tardan en comprenderse 25 años. 

La imagen de Sofía me vuelve ahora cuando me asomo al patio de ese instituto en el que se agolpan los chavales que fuimos nosotros, a los parques en los que se acaballan sobre los respaldos de los bancos para auparse por encima del resto del mundo, a las puertas del campus en el que estrenan la mayoría de edad, como si la edad fuera suficiente. Los veo arremolinados, con las mascarillas terciadas, con la juventud en cuarentena, atrapados en un bucle temporal cuando la inercia les empuja sin remisión hacia adelante. Qué pena tener ahora esos años. Qué triste vivir el turno del adolescente con la distancia social convertida en una advertencia de dos rumbos que censuran todo el hoy que no puede esperar a mañana. Qué injusta la condena de las ceremonias de la madurez no quemadas a su hora, la pérdida de los ritos confinados, la prórroga de los primeros besos por estrenar. Vete tú a explicarles que es fácil, que sólo se les pide que se queden en casa, que no se toquen, que se alejen unos de otros, que se separen, que van a tener tiempo para todo, pero que el ahora debe aguardar. Cómo les explicas que no es verdad que la vida se acaba a los 20 años. Van a entender antes la trampa en la que caímos nosotros. Esta próxima generación aprenderá hoy que mañana será otro día.

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