Diario de León

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Podría saludarse la aparición del atasco de La Granja como uno de esos bobos brotes verdes que acuñó la factoría de Zapatero para esconder la realidad detrás de la maña de coger el rábano por las hojas. El embotellamiento tentaría a los estadistas a interpretarlo como una muestra del desarrollo asociado a la ejecución de un centro comercial y un sector urbanístico que tardó más de 10 años en librarse de las trabas judiciales que dejaban tendidas los que debían tramitarlo. Pero no. La ratonera no remite a un impulso sino a un síntoma: una huella de esa enfermedad que, en la intimidad de los pasillos, resumió un día quien entonces ocupaba la delegación de Gobierno al justificar los incumplimientos con la excusa de lo difícil que era pedir para León. Fue el mismo Suárez-Quiñones que esta semana se excusó en que ya se trabajaba en el soterramiento cuando la moción de censura de Rajoy, apenas un año y medio después de jactarse de que la rotonda funcionaría. (Aquí, imaginen emoticonos de la flamenca).

No ha sido el único descubierto en la infamia con la que sus compañeros del PP se ponen de perfil como si hubieran pasado los últimos años de Erasmus en Finlandia. El PSOE esconde su papel en la trama. Encargó la redacción del proyecto y lo guardó en un cajón durante casi tres años. Volvió hace ya otros tres años pero todo se le presenta ajeno, como le sucede al alcalde, escondido en el papel de paladín reivindicativo frente a los suyos para librarse de su responsabilidad: se presentó tras unas siglas que publicitó como avales, pero cuando le interesa reniega: en su discurso, gana siempre, hasta cuando pierde León. La estrategia hace que nos hayamos quedado con una circunvalación con rotondas, vamos, una autovía de un carril. Nos quedamos con un Torneros al que se recortó el polígono ferroviario y se relegó para que le adelanten las plataformas logísticas de Valladolid. Nos quedamos con un CRC del AVE a escala ibertren. Nos quedamos con un andén de metro donde se pintaba una integración ferroviaria. Nos quedamos con un Feve transbordado en bus que no rebasa la puerta de la ciudad. Nos quedamos con un hotelito con encanto donde se levantaba uno de los paradores emblema. Nos quedamos con las prejubilaciones del carbón pero sin la reestructuración para que los hijos no fueran arrojados del territorio en el que se enterraron sus padres. Pese a todo, nos quedamos. No nos vamos a marchar.

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