Diario de León

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La manifestación se ha convertido en un rito social, como las comuniones, saltar la hoguera en la noche de San Juan o pillar el covid. La movilización, antaño consagrada a mostrar una protesta airada con un culpable localizado, ha devenido en un ritual de expiación, como en los orígenes del Yom Kippur, pero sin sangre de becerro que rociar sobre el arca, ni chivo que soltar en el desierto para purgar los pecados del pueblo. El desgrase facilita ejercicios como la conversión en rogativa de la convocatoria del jueves pasado, en la que los mismos partidos políticos que han gobernado durante décadas la Junta y el Gobierno, a los se señalaba, hacían fila embozados en mitad de los manifestantes, como si hubieran equivocado la llamada con la invocación del fin de semana pasado a la Virgen de Castrotierra para que lloviera. A los miembros del PP y el PSOE con responsabilidades, pasadas y presentes, sólo les faltó un cartelito como el que portaba uno de los jóvenes que mejor entendió el movimiento del 15-M en el prólogo de la explosión endogámica que luego alentaría el desarrollo político de Podemos. «Yo también estoy indignado. ¿Follamos?».

Su presencia apenas recibió algún que otro apunte, pero sin llegar a la consideración del muñeco al que podía atizarse en los chistes de Forges sólo con meter una moneda en la ranura. La romería de los portavoces políticos para representar las siglas se metabolizó dentro de una movilización en la que también tuvo escaparate la patronal, siempre atenta a cubrir el expediente con un balance de daños que no enfade a las administraciones, que ceban las ayudas de sus cursos y actividades, y hasta miembros de las direcciones autonómicas de los sindicatos que han intentado durante todos estos meses dinamitar el movimiento. Con los polizones repartidos por la cubierta, mientras se repetían los cánticos para reivindicar la autonomía, la marcha exhibió de nuevo la indignación social por el abandono de esta tierra: el hartazgo que se suele dictaminar desde fuera, con la anuencia de muchos políticos leoneses, como lamento y victimismo para convencer a la sociedad de que el declive económico y demográfico se debe a un determinismo causal contra el que no cabe intervención. Pero hay quien luche. León no se resigna a que le digan lo que tiene que ser.

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