Diario de León

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Ahora que conocemos más marcas de laboratorios que fabrican vacunas que de ginebras que curan heridas, el paisaje se nos ha llenado de frasecitas tramposas ideadas por los homeópatas de la política con la etiqueta de la resiliencia ahormada en negrita. La plaga resulta ya insoportable. No hay manera de librarse del latiguillo ni cuando uno camina por la calle, donde le asalta colgada de los laterales de los autobuses para convencerle de que la hipoteca a 40 años se pagará con actitud, no con madrugones y renuncias; más o menos como se cubrieron entre todos los rescoldos del rescate bancario. La fiebre del coach de a 5 euros la sesión se cuela en cualquier espacio con la pirotecnia estéril que hizo fortuna en los discursos naíf de Zapatero. La afición ha florecido en sus sucesores y en los profetas de la nueva política: todos aquellos que salieron de las plazas del 11-M como si bajaran del Sinaí con las tablas de una nueva civilización o que partieron de los esquejes con los que el Ibex engendró un partido para parasitarlo, pero que al final se han quedado metabolizados por el sistema que anunciaban cambiar y en el que han logrado asentarse en nómina para apuntarse a las licencias de chalé, fiestas de la jet set y vacaciones en el extranjero del burgués que les anidaba dentro.

El bombardeo desgasta el término que en latín se acuñó para el reflejo de «saltar hacia atrás, rebotar, replegarse», pero que la sicología rescató en los 90 para describir la «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». En uno de esos anaqueles lo encontraron los gurús de la comunicación política para convertirlo en el mantra con el que el Gobierno e incluso la Junta han encabezado sus planes, supeditados al dinero de Europa. Los minutos de telediario de los dirigentes han terminado por colarlo como un arma más del lenguaje bélico con el que se quiere convencer a los ciudadanos de que están en una guerra para que se comporten como soldados. La estrategia alimenta una sociedad yonqui de los discursos motivacionales a la que se le dispensa la pastillina del prozac lingüístico para que tire, no mire atrás, ni se cuestione de manera crítica cómo la gobiernan. Cuando piden resiliencia quieren decir apretar el culo y seguir; vamos, que aguantemos lo que nos echen. No sé ustedes, pero yo me voy a tomar un resiliente con tónica.

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