Diario de León

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Las costumbres sociales han empezado a esconder a los pobres hasta hacer dudar de su presencia a quienes necesitan, para comprobar la patente, que el menesteroso cumpla con un canon ajustado a sus prejuicios. El pobre de manual, que se exhibía con conmiseración, al que se proponía un hueco en la mesa de Nochebuena para limpiar conciencias con una buena obra, como en el Plácido con el que Berlanga se mofó de la moral de la época, no tan diferente a esta, sobrevive como atrezo en las calles. El mendigo, transmutado para los puristas en elemento del mobiliario urbano, defiende la plaza acuclillado en el alféizar de los ventanales de las oficinas bancarias o desperdigado en los umbrales de los supermercados, donde el derecho de estancia, asentado por tradición, se custodia como una nómina. Su existencia se tolera en el ecosistema. No constituye un problema para la estructura, acostumbrada a asimilarlo en el entresuelo de la cadena trófica. Pero, escondido en el fondo del cuenco de la mano que demanda la limosna, radiografiada en el último informe de Cáritas, se descubre que una de cada seis personas en León se halla en exclusión social... Aunque no se les vea.

La cifra, que supone un 31% más que antes de la pandemia, descorre la cortina de una realidad social en la que se constata el declive de la estructura productiva en la provincia. Las pensiones, a las que se encomienda el sustento de familias con tres generaciones pendientes de que el día 25 cumpla la Seguridad Social para atender los recibos, se quedan cortas para abastecer a una pirámide poblacional con la forma del culo de Kim Kardashian, pero sin atractivo, ni incentivos para atraer inversiones estratégicas que asienten a los jóvenes. El modelo, fatigado por la crisis, se atasca en los peldaños inferiores con la rémora de la subida desbocada de los precios. La tormenta perfecta, como analizan los finos para justificar la estrategia de acumulación de riqueza de las eléctricas y grandes corporaciones, empobrece el panorama sin que se advierta. Pero están: en la lista del banco de alimentos, en las demandas de asistencia social. Un poco más allá del reloj de Santo Domingo, en uno de esos postes con repisa para acodarse, se les puede ver. Donde en León antes se quedaba para salir, ahora los pobres hacen cola para cargar el móvil mientras buscan no quedarse sin cobertura.

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