Diario de León

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Con tanta serie de Netflix, tanto discurso político de gatillo fácil y tanto idiota desenvuelto en el uso de las redes sociales, los prejuicios amanecen cada vez que un suceso deja durante unas horas a los culpables en libertad y a los inocentes en cuarentena. En apenas una mañana, mientras una familia cruzaba la raya de San Glorio para encontrar el cuerpo de su hijo asesinado encima de la mesa de autopsias, en lugar de llamarle para ver cómo se presentaba la época de exámenes de su primer año de carrera fuera de casa, los cazadores de sospechosos habituales despacharon el crimen con la ración de prejuicios que delata la descomposición social en la que se mueve el ambiente actual. Sin pruebas, ni indicios, ni siquiera otra sospecha que la que se guarda en el cajón de los lugares comunes, el magma de los mentideros erupcionó para vomitar toda la carga racista que se esconde en la grieta del inconsciente desde la que se liga la palabra delincuente con la imagen del inmigrante. Nunca uno de esos sonrosados a los que se perdona la PCR porque sustentan el PIB nacional, sino de esos a los que incitan a cruzar a nado el estrecho con el falso anuncio de un partido de Cristiano Ronaldo. Cuando el ambiente crecía para sumar adeptos al discurso de los imbéciles que hacen negocio electoral con la desgracia de unos menores, el globo informativo se deshinchó con la entrada en escena de un presunto culpable alejado del estereotipo del riesgo de exclusión. El asesinato dejó de tener importancia por su protagonista, al que se construyeron incluso glosas sobre lo buen chaval que se le veía y lo malas que resultan las compañías, como si el código penal necesitara ampliar el capítulo de los atenuantes para dar cabida a la idoneidad del nacimiento en el lado afortunado de la historia. No importaba ya la nacionalidad, ni la extracción social, sino tan sólo la influencia del ambiente en la perturbación de un guaje para que sacara la navaja en plena noche y se la clavara en el corazón a otro sin nada que robarle salvo la vida. Entonces, las preguntas pertinentes del cómo y el por qué ya no se ventilan con la referencia de un capítulo sobre las maras sudamericanas, ni de un ideario podrido de discriminación, ni del tuit copiado de un reservorio del virus que nos ataca. El miedo se agazapa en la certeza de que algo hemos hecho mal para que esto suceda.

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