Diario de León

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Vamos a abandonar esta vez la costumbre de salir a la carrera y dejar todo patas arriba. Asomados ya al estribo de diciembre, desde el que se cucea el horizonte de luz creciente del mes de enero, esta vez planearemos la huida descalzos, de puntillas, para que el año no nos advierta cuando crucemos el umbral. Chissssss. Silencio.

Que no nos escuche hasta que nos hallemos al otro lado. Cuidado. No atropellemos al salir lo que haya quedado por medio. No conviene desatar un portazo que deje prendido el eco violento de su persecución detrás de nuestros pasos. Mejor, deslicemos el resbalón hasta que la puerta se confirme en la espalda. No hay prisa. Ni siquiera sabemos aún a dónde vamos a parar.

Sólo tenemos claro lo que dejamos atrás: diez meses que entregamos al fuego sin darnos cuenta de las marcas que llevamos: la mortaja del 2020 que querríamos enterrar pero que recordaremos a traición con la saña que nos revela todo aquello que hiere.

Antes de marchar sería bueno apuntar todas las tareas pendientes de 2020 que nos van a reclamar después, cuando nos palpemos las cicatrices. Bajo la piel fina que ha cauterizado se abrigan los abrazos que derrochábamos cuando no sabíamos cuánto valían, los besos que no pudimos entregar en el tiempo en el que los labios se convirtieron en antesalas de la UCI, los encuentros que aplazamos durante los meses en los que hubo que aprender a guardar distancia para saber estar cerca.

En las heridas que alisan los pliegues al acariciarlas se refugian todos los días que planificamos desde detrás de las cristales de las ventanas, cuando las calles se convirtieron en un escenario peligroso en el que jugarse el pellejo; los viajes que esperaron la ocasión de no atragantarse con las espinas de los confinamientos; las tardes encerradas en el miedo que acuclillaba al fondo del pasillo a las ceremonias sociales; las noches arrojadas al insomnio de pensar que la muerte había encontrado un atajo en el que adelantarse a esperar achusmada detrás de la sebe para asaltarnos cuando nos descuidáramos en vivir la vida.

Ninguna de estas citas ha caducado todavía. Desde el quicio de este fin de año, al girar la cabeza, nos daremos cuenta de que no somos los mismos porque ya nada es igual. No importa. Brindemos por todo el tiempo que perdimos porque aún nos queda mucho por ganar.

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