Diario de León

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Al finalizar la vendimia y los trabajos en la bodega, llegaba la fiesta. Los mozos y las mozas tanteaban sus deseos en unos bailes a cubierto para celebrar el final de las faenas. Era en las vísperas del día de los difuntos. Estas chanzas eran ‘ánimas bailarinas’. Ocurría en Gordonddillo, en el sur de León, en el poco tiempo que dejaba la viña, siempre deseosa de manos para prosperar y dar vino.

Cuando supe de esta tradición, las ánimas bailarinas se me antojaron una burla a la muerte y un guiño a la vida. La vida siempre prevalece. Habitamos una provincia tan rica en patrimonio material como inmaterial. Apenas hay que alejararse unos pasos para respirar el aire más puro y contemplar los paisajes más bellos. Incluso la ciudad goza de rincones paradisíacos y es posible pasear bajo la lluvia fina de tristeza que arroja el otoño por los suelos mientras miramos a través de las cristaleras de los bares, ahora cerrados.

Somos albaceas de una herencia formidable. Hasta las heridas del carbón son preciosas vetas de memoria listas para transformarse en una nueva fuente de riqueza. Tenemos monte para que pasten cientos de rebaños de ovejas, caballos y vacas y sobran matorrales para que limpien las cabras, ‘desbrozadoras naturales’.

Tenemos un campo hermoso y fértil, aunque a fuerza de semillas importadas y agua a espuertas, los maizales se apoderan del horizonte del páramo y de las terrazas del Esla. Hemos heredado kilómetros y kilómetros de hileras de piedra seca que escriben en las laderas de las montañas y en los valles la memoria de comunidades perdidas en el preludio de la globalización.

Todo eso y mucho más tenemos. Y debemos mantener. Ya hay muchas personas y empresas que exprimen el zumo de la pequeña riqueza que nos salvará. Queseras, chocolateras, dulceras, cocineras, camareras, tejedoras, ganaderas, vendedoras y poderosas gestoras de la ternura del cuidado. Hay un mundo que se abre sonriente debajo de esta niebla de miedo y confusión. Y ya sabemos que nadie vendrá a sacarnos las castañas del fuego. Que tendremos que atrevernos a transitar por la nueva era con las manos quemadas, el rostro cortado por el viento y los pies doloridos de caminar. Experimentar que podemos ser más con menos.

La riqueza que tenemos no se puede sostener sin memoria. Hace unos días asistimos al 1 de noviembre más extraño de los últimos tiempos. A pesar de todo, los cementerios se llenaron de vida y de recuerdos. Coloreamos con flores estos días grises. Pero, un año más, hubo familias que no tuvieron dónde poner sus flores. Algunas se lo recordaron oficialmente al alcalde de Villadangos. Alejandro Barrera se ofreció a ayudarles a encontrar a sus muertos, víctimas de la Guerra Civil. Esperan que cumpla su palabra.

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