Diario de León

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La juventud siempre es sospechosa. «La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores...». Puede que sea verdad que todo esto y más lo dijera Sócrates hace 2.500 años. Pero me voy a permitir dudar de si cierto (lo que dijo). Las generalizaciones sirven en los experimentos científicos si se hacen con rigor. Tópicos y estereotipos son generalidades cimentadas con pequeñas dosis de verdad y muchas mentiras. Se banaliza estos días de miedo y covid con la idea de que la juventud es ‘la’ culpable de la escalada incontrolada de contagios porque hay jóvenes que hacen botellón y llevan el virus sin culpa de aquí para allá. Yo creo que son una minoría.

Esta semana hubo un botellón en el Congreso convocado por unos señores airados y entraditos en años. Allí, con su distancia de seguridad, con las cámaras para multiplicar su presencia se sentían seguros de poder esparcir sus virus de odio y mentiras. Llenaron sus bocas con tragos excitantes y estridentes de palabrería e insultos y salieron escaldados y dando tumbos. La inmensa mayoría plantó cara al botellón. «Hasta aquí hemos llegado», clamó después de muchos botellones, el más amigo del convocante. Estuvo bien, Pablo Casado. No sé si tanto como para salir aupado. Otras palabras, sobrias y limpias, arrinconaron a los del botellón. Fueron la voz de una generación de jóvenes que hila su propio discurso en el siglo XXI. Suena como el rumor de las olas. Solo hay que escucharlo. Hay que escuchar a Sofía Castañón, que trajo al hemiciclo el eco de «todas las pioneras defensoras de los valores democráticos y republicanos, de los derechos y libertades». escritoras, pintoras, políticas, obreras, filósofas... «Ellas pusieron el cuerpo y la vida para que podamos hablar hoy aquí de democracia». Hay que escuchar a Aina Vidal, después de nueve meses ausente por enfermedad, con un lazo rosa prendido en el pecho, reivindicando la cooperación y el amor frente al odio y la explotación. Y hay que leer a Andrea Fernández quien desde otra tribuna, la de este periódico, describió de forma tan bella —’Cuando nadie ase pimientos’— el valor de los cuidados, el mundo rural y las mujeres. «Si nos dejamos perder, si no repartimos, reconocemos y asumimos el tremendo valor que estas tareas propias de nuestro entorno tienen para el desarrollo, viviremos en un mundo peor, en un mundo más consumista, menos sabio, menos equilibrado, más desigual, más dependiente y más individualista». Hay jóvenes... y jóvenes. Quienes dicen alegremente que la juventud está perdida suelen ser aquellos que han perdido la juventud y el fuego de ser joven que, otros con cien años, conservan intacto. Quienes piden responsabilidad individual a la ciudadanía deben predicar con el ejemplo y hacer y promover políticas pulcras, constructivas y serenas. Lo demás es.... botellón.

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